Archivo por meses: septiembre 2016
Masterpiece
En la obscuridad
Lacrimosa
Hegira
Puppets & Routines
All my friends wondering who they know
Watching scenes of grotesque cuts and hoes
They don’t see the dark side of the moon
They just see the make up and the fume.
Trying to hide the pain
Changing the scene
Watch me I’m obscene
Do you see me clean?
Cozy and sweet?
Check your memories
Speeches and seeds
I cheated every single boundary
Surprised you and made you believe.
(Puppets and routines)
All my friends wondering who they know
Watching scenes of grotesque cuts and hoes
They don’t see the dark side of the moon
They just see the make up and the fume.
Everytime I bleed I’ll let you cum inside
Wondering why?
Everytime I kill you
You’ll watch me paralize
Innocence and pride
Nobody knows what’s hide in between
No one sees the liars and their schemes.
(Puppets and routines)
All my friends wondering who they know
Watching scenes of grotesque cuts and hoes
They don’t see the dark side of the moon
They just see the make up and the fume.
Shit is over there
Watch it everywhere
Can you feel the smell?
Do you hear the voices
Are they in my head?
Let me be unfair
Can you see the dark side of the moon?
Do you feel the strings and the rules?
Manicomio
Eran si acaso las siete. Aún hacía frío a pesar del sol naciente. La brisa helaba mis rodillas cubiertas por la suave tela. La luz se cuela entre las hojas. Saqué las cartas, ¡oh cuantas eran!. Una por una comencé a leer y a buscar respuestas. Estaban allí todas las señales, todo lo que hace tres días no lograba comprender. Estaba allí plasmado el miedo egoísta; pero también vi dibujados tus ojos y tus manos limpias, vi todo lo que amé desde que te cité aquel Diciembre. En medio de esas hojas amarillas y arrugadas por el tiempo, te tenía de nuevo cerquita, sintiendo tu calor entre mi pecho y mi vientre. Acariciando tu cara y tu pelo. Ya no me dolías. Eras mi momento de lucidez, la elocuencia de mis discursos vencidos, la sonrisa y el llanto mellizos de un mismo ruido: tu nombre. Hace frío en este gran patio. Yo con mi bata blanca y las pastillas de turno, espero a la enfermera y al sacerdote. Pronto será hora de que te olvide, de que me olvide. Pronto será hora de dormirme.
Psicodelia
I. De Humores Sorprendidos
Ese día se despertó tarde
y sin quererlo de sí mismo se rió.
Se acordó de los pesares insinuantes,
los cobardes que le persiguieron la noche anterior.
En el fondo retumbaban
las heridas y los males,
se sorprendía con migajas
su instinto depredador.
Con enojo se alió a sus temores
estrategia peligrosa para quien no controle sus humores,
explosivas se tornaban sus movidas,
tan acostumbrado estaba ya a sus relaciones suicidas.
En lo hondo alucinaban
las heridas y los males,
aniquilando sus pocas hazañas
con instinto depredador.
Eran apenas las ocho y diez,
a su alrededor aún no se descubría el sol.
Llevaba llenos de ampollas sus pies,
sus ideas rotas lo encaminaron por donde se omitía el honor.
II. La Raíz de sus Males
Aleluya, aleluya, Dios bendiga sus pecados, los ha críado y manipulado como un padre con sus hijos alegando amor. Santificados sean los reinos tanto en la tierra como en los cielos, en los mares y las tribunas donde se absuelven a los cleros. Dennos hoy el pan de cada día y que el vino sirva para perdonar ofensas, o a quienes nos ofenden, para que se extingan del mundo las vírgenes y no se reproduzcan las ciegas directrices. Oh aleluya aleluya simulemos el tic tac del reloj, esperemos con hambre la codicia, la avaricia y la lujuria, el motor oculto que nos hace ser quien somos y nos separa de ese ancestro animal. En el nombre del padre, del cínico y del espíritu sabio, que se exponga nuestro carácter humano, la raíz de todo mal.
III. Lítost
Se escondían las salidas
los murmullos y semblanzas,
no veía nada más que apatía,
sin refugios ni esperanza.
La miseria amiga
su única compañía,
le permitía con disimulo ser dos:
Lítost.
Aún con penumbra ausente
no podía ser valiente,
en su mar se ahogaba sin motivo ni razón.
Intentó adoptar historias
fantasías y discordias,
nada pudo liberar su obsesión:
Lítost.
Su oración, su antídoto,
su realidad, su depresión,
los colores que nublaban su visión:
Lítost.
Le sobraban tantas sonrisas
las máscaras más desconocidas ,
las lagunas de una mente sin control.
Los anhelos como balas perdidas,
disparaba a las almas amigas,
se clavaba a sí mismo su impaciente decisión.
En su fondo alababa
sus heridas y sus males,
se sorprendía y renegaba
su psicodélica imprecisión.
Originalmente publicado en Salto al Reverso.
Un nuevo día.
Se despertó algo tarde, eran más de las nueve seguramente. Habían sido días agobiantes, el cansancio físico le machacaba su espalda y sentía como si cargara toneladas. Decidió no ir a trabajar. Se quedó sentado por varios minutos a la orilla de su cama, mirando por la ventana. Aquella mañana de Julio que se suponía debía ser tibia y soleada, pintaba gris. Las ramas de un árbol vecino que se asomaban, se balanceaban sin ganas por el aire, oscureciendo sus verdes, no cantaban. Los pajarillos deambulaban sin rumbo ni sentido, como resignadas hojarascas que se arrastran a donde les diga el viento.
Miró sus manos entonces. Miró la marca que había dejado la soga de la noche anterior. Ya no le quemaba, pero el dolor trascendía lo físico y sensorial. Le dolía lo que no se podía tocar, lo que no se podía siquiera explicar. ¿Estaré volviéndome loco? -pensó. Fue al cajón de las pastillas y sacó un par de analgésicos. En su cabeza había más inquilinos de los que podía albergar, la bulla se había vuelto insoportable y ya no sabía cómo actuar. Perdió el control. Por tercera vez, su cuerpo se atrofió. Sus manos se doblaban retorciendo cada músculo. Sus piernas le temblaban bañadas en orín. Caía al suelo mientras sus pulmones desesperaban por una bocanada de aire. Sus ojos derramaban lágrimas de azufre por no poder salvarse.
Cuarenta y siete minutos pasaron. Se encontró de pronto divagando por las calles. Sus lentes oscuros le ocultaba la tragedia a los mortales. Se sentó en el parque en el que solía antes escribir. Donde desde niño se paseaba e imaginaba historias. El mismo lugar que fue testigo de sus derrotas y de sus triunfos. El tiempo se detuvo. Sutilmente se detuvo y todo lo demás se detuvo con él. Fue entonces que tuvo fuerzas de nuevo para ponerse de pie y sujetarse a sí mismo. Tomar su pluma de incoherencias y clavarla en su sien. Gota por gota, se derramaban los recuerdos que tanto amó. Aquello que le dolía también huía de su entorno, se escapaba a la velocidad de un convicto en fuga. Cayó al suelo, sin saber nada más.
Como cuando escribió «A la espera«, se encontró a sí mismo en aquella banca, del mismo parque y con las mismas ansias. Pero ya no había nadie. El desfile de personas y memorias ya no estaba. Ni la niebla, no había nada. Solo una repugnante calma y un silencio ensordecedor. Miró a su alrededor como buscando señales, un motivo, una razón. Yació sentado sin poder movilizarse. Sus piernas se entrecruzaban tal cual nudo y no sucedía nada. De pronto, entre la maleza, sacudióse el arbusto más pequeño, el más obtuso. Salió de él un viento helado, el mismo que le perseguía con y le sacaba de su status quo. Dejó asomar entre sus ramas una silueta particular. Un rostro humano, con la cara cubierta en barbas. Le miraba sin pestañear. Sabía que aquella figura saldría en cualquier momento, a tocar su hombro y desaparecer con el viento, tal cual lo habían hecho todos los demás. Pero antes de que eso sucediera, tiró con todas sus fuerzas para de golpe ponerse de pie.
Sé quien eres. -Le dijo enfadado.
Sé lo que quieres y lo que haces aquí. Sé que vienes a preguntarme cosas, a tocar mi hombro y a huir. Sé lo que pasó hace cinco años, sé que volvió por ti. Sé de las muertes y los pedazos, sé tanto de ti como lo puedes saber tú de mí. Y eso me hace daño. ¿Sabes que maté a mi hermano? Mientras tú te perdías como duende, yo aprendía a ser humano. Mientras buscabas monedas de oros en bolsillos de extraños, yo comía mi propia mierda. Sabes que me negaste las palabras que yo con respeto albergué. No en vano sembré en tus cabellos la sabia de mi aprecio. Por eso no, ya no. Por eso me marcho con el viento. Por eso decido pararme de nuevo.
Miraba a la gente revolteándose tal cual palomas. Habían gritos, llantos y sombras. Rodeaban el charco de lo impuro y deplorable, lamentando la vida de alguien que no merecía mencionarle. Mientras tanto él observaba desde la otra esquina, con soberbia y con ira. Se puso su traje y su corbata para ponerse en marcha. Lanzó miradas de desgracia. En sus manos marcó corazas. Se dispuso como un dios, con basta algarabía, a construir un nuevo día.