Lo que Walden me enseñó o ensayo sobre la reclusión.

Si llego a viejo y algún día logro devolverme a mis antiguos pensamientos plasmados en esta farsa de papel, quiero recordar este momento de reclusión. Encerrados en casa por una pandemia global causada por el Coronavirus (COVID-19); crisis que ha desatado consecuencias lamentables, por un lado, pero grandes lecciones de vida por otro. Al menos hoy, sano hasta donde puedo decir, aprovecho estos momentos de ligera pausa para reflexionar sobre esas cosas que la cotidianidad nos hace olvidar, o quizás, tan solo obviar.

Las medidas de salubridad han dictado el quedarse en casa, trabajar desde casa y evitar la interacción masiva de personas para evitar propagar el contagio de un virus que ya de por sí, es de una facilísima difusión. Hay personas que se quejan, otras que egoístamente desacatan la medida, empapados de un gran manto de ignorancia y estupidez. Pero bueno, ese es quizás un debate que no me toca a mí.

Por ahora me enfoco en lo que me llevo a escribir esto y la gran referencia que encuentro con una de las obras literarias que más ha marcado mi vida: Walden or Life in the Woods por Henry David Thoreau. No estoy recluido en un bosque y les puedo asegurar que por mucho no dependo de una extracción arcaica de mis alimentos desde la naturaleza. Simplemente estoy en una casa de ingreso medio, con bastas facilidades y con la grata compañía de a quienes llamo mi núcleo familiar: Mi pareja, mis cuatro perros, dos ranas y un pez.

No obstante, la repentina adaptación a un entorno en el cual nos aislamos en nuestras pequeñas burbujas de realidad para sobrepasar la crisis, ha rellamado mucho a mi mente varias de las reflexiones derivadas de mi lectura de Walden. Para contextualizar, Thoreau abandonó su cotidianidad y en el año de 1845 se fue a vivir a una cabaña en el bosque por dos años, dos meses y dos días, en una especie de experimento filosófico, científico y social. Durante este tiempo, Thoreau se re-educó a sí mismo para entender los aspectos más técnicos de las plantas, los animales y el agua (para asegurarse sus alimentos), adquirir las destrezas físicas que le permitieran desempeñarse en la naturaleza, así como lograr con mucha consciencia, un ascenso filosófico-espiritual derivado de su aislamiento.

Cuando leí esta obra por primera vez, confieso dos cosas. Una fue que lo comencé a leer por mi inclinación profesional a temas económicos (el primer capítulo del libro y al cual Thoreau le dedicó más papel, es una reflexión económica sobre el uso y la distribución de los recursos para la satisfacción de las necesidades humanas). La segunda fue la inevitable e ingenua tentación de querer copiarle en su experimento. A los veintes uno se cree capaz de comerse al mundo, a los treinta solo quiero poder comer postre después de cada comida sin engordar en demasía. Pero bueno.

Conforme fui leyendo la obra, comencé a captar tal vez más fidedignamente, el valor reflexivo de la misma y las luces fugaces que Thoreau lanzaba para repensar en quienes nos convertimos como personas al interactuar en sociedad. Este pseudo aislamiento que vivimos no se compara en lo mínimo al ejercicio de Thoreau, pues la era digital nos permite seguir sumergidos en una interacción que ya casi la equiparamos a la física y a veces incluso, la preferimos.

Sin embargo, en lo personal he querido aprovechar esta soledad selectiva para silenciar un poco el mundo y sus causes. Casi cual zorro encerrado en su madriguera viendo la pradera moverse con el tiempo, contemplando como cada rayo de sol ilumina diferente cada escena y escuchado por vez primera todos los otros seres que con los que comparte vida, pero que ignoraba impacientemente en su afán de cacería. Sé que muchos no compartirán la satisfacción de un escondite como lo hago yo, pero también creo que todos necesitamos esos rincones en pausa, donde vivir solo se traduce en un momento de quietud, donde la respiración lo representa todo… Como debería ser.

El disminuir el ritmo y la velocidad con la que llevamos la vida y su trajín, me han dejado minutos para disfrutar momentos que a veces parecen microscópicos en nuestra labor diaria, pero que, a fin de cuentas, nutren más quienes somos o en quienes aspiramos convertirnos. La vida no es sino momentos. Instantes. Sentires. Thoreau se alejó de todo para acercarse más a sí mismo. Así como el planeta seguramente necesita un descanso de nosotros, quizás nosotros necesitamos un descanso de nosotros mismos.

La prisa nos hala y nos distrae. Nos corroe la vista y nos resta energía de un tirón. A veces es necesaria en esta ruleta que montamos todos, pero a veces se nos olvida bajarnos un rato del mundo y solo ser. ¿Cuántas veces hemos visto la luna resplandecer en su más dulce ternura y corremos a intentar capturar su esencia en un lente inerte? Teniendo a nuestra disposición un ojo anuente a nutrir el alma por medio de su furor. ¿Cuántas veces nos devolvemos realmente a ver esa imagen indolente? Y si lo hacemos, ¿nos nutre igual que lo hace su versión viva y resonante? Anoche, antes de escribir este ensayo me senté a ignorar las horas viendo la media luna que se asomaba por la sala de mi casa. Como seguramente lo ha hecho muchas otras noches, pero yo he ignorado su tonada, porque la prisa no me deja y me agobia el tiempo que cada vez se hace más ágil y necio. Cada vez más amplía su zancada y me deja sin aire y sin ganas. Pero anoche no. Anoche pude conversar con la luna y contarle los secretos de un burdo iracundo y laxo. Anoche pude pensar que no pienso.

La automatización de nuestro cuerpo, nuestros movimientos y hasta nuestros sentimientos, pueden verse como la remanencia primitiva de nuestros instintos y su búsqueda por satisfacer necesidades básicas. Lo que pasa, es que más allá de ello, buscamos satisfacer otro montón de necesidades creadas igual de importantes que las básicas, porque la misma norma social así lo dicta, así lo exige. Para alguien que ha sido arisco a la normatividad colectiva por voluntad y por condición, se torna bastante desgastante intentar complacer cada estándar sobre qué decir, qué pensar, qué sentir. Quién ser. Cómo vivir. E incluso, hasta cómo morir.

A pesar de que somos seres sociales y hacemos de la interacción y la construcción colectiva, un acto realmente necesario y apropiado para nuestro desarrollo humano (cualquier cosa que eso signifique para cada quien), la introspección, el ascenso espiritual, los encuentros con uno mismo y a veces hasta el arte; son aspectos que reclaman como insumo al silencio, a la calma y a la resignación social de un encuentro. A veces necesitamos vacacionar en el limbo de nuestra reflexión, con toda la connotación que la palabra enmarca en sí misma. Vernos, repensarnos, reconstruirnos. Admitir nuestros errores y falencias, admirar nuestros atributos. Construir paralelamente a la vida que nos corresponde, una vida con el propósito único de ser quienes queramos ser, recubiertos en la cursi, pero inexacta sensación de ser feliz. De nuevo, cualquier cosa que eso signifique para quien.

Como verán, a lo largo de este ensayo mi discurso cambia y parece que hablo de todo y de nada a la vez. Que comienzo por la raíz del manzano y termino en la bellota de un ciprés. Y es que algo así es lo que hace en el cerebro un poco de silencio y paz construida en medio del caos, o al menos en el mío que es un tanto chato. Y aunque salga con más dudas quizás, también salgo con la compañía debida y sin disfraz. Y aunque aún me falta muchísimo para alcanzar el nivel de reflexión y sabiduría que pudo haber tenido Thoreau, al menos hago un vago intento por entender y entenderme. Por escuchar el silencio y su telele. Zumba, retumba y canta, a veces de la forma más armónica que se pueda dar en toda su inexactitud. Así de ilógica y así descalza. Así es la vida fuera de esta gran balsa.

Bueno. Y sin muchos chapuzones vuelvo abordo. Si usted logró llegar hasta el final de este texto, siéntase en la libertad de proponer una plática. Conmigo o con usted mismo. Que, a fin de cuentas, si logre contagiarle de este virus de aislamiento constructivo, creo yo, ya es ganancia. Para usted. Para todos.

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Mi despedida.

Sonetos en fuga nació hace siete años, un agosto del 2009, como un punto de escape entre muchos pensamientos que ya perturbaban hacía años, pero que por alguna razón se habían vuelto más fuertes en ese entonces. De pronto se convirtió en mi rinconcito, donde podía decir todo lo que en el mundo real no podía; hasta me sentía poeta en mi misma ilusión. Recuerdo “El salmo del irreverente”, el primer escrito que publiqué, donde según yo me sentía el gran crítico. Mucho de esos primeros escritos que nadie leyó por acá porque no tenía “seguidores”, decían mucho de mi frustración y mi rabia; de todas esas máscaras que uno suele usar. Pero bueno, pocos o nadie los leyeron. Así como pocos serán los que lean esto. Presiento que será uno de esos textos largos y cansones de algún aficionado que busca en la escritura un psicólogo ad honorem.
 
Usé Sonetos para muchas cosas. Mentí mucho. Me apropié de sentimientos, de historias, de pensamientos que no eran necesariamente míos, todo en mi urgencia de sentir, de sentirme. Lo usaba como plataforma para tirar indirectas; a otros y a mí mismo. Para decir todo aquello que en persona no pudiera por la cobardía latente que me enmudecía. Incluso muchas veces para herir lo usé. ¡Oh inmaduro que fui! Y no es que ahorita sea muy cuerdo y consciente, no. Pero al menos he intentado enmendar mis errores, corregir casi tres décadas de actos de los que no me enorgullezco, pero que tampoco me arrepiento rotundamente, porque puta, me han enseñado. Pero sé que con ellos he hecho daño, sobre todo a mí mismo y quizás deba perdonármelos; y a todos nos llega su tiempo, el mío pues, ha caducado.
 
Sonetos fue mi colchón de autoayuda, como su frase lo dice “palabras de escape en versos en fuga”; eso ha sido Sonetos, mi plataforma para huir. Y el arte es tan hermoso, tan bello y poderoso que no merece ser manchado así. Usado como arma de guerra, eso jamás. Mucho menos como farsa para alzar el ego. Blasfemé contra mí mismo al hacerlo y hoy pago su precio. Sonetos me trajo a personas maravillosas; a situaciones maravillosas. Pero como todo en esta vida, hoy le toca morir, aunque sea por un rato.
 
Estas últimas semanas, han sido semanas duras en el sentido personal. Dicen por ahí que “cuidado con lo que deseas porque podrías alcanzarlo”. Nunca pensé que fuera tan cierto. Hace mucho yo anhelaba conocer un lugar que para mí era mágico. Le impregnaba en mi mente de un misticismo superior al que ya por sí solo ese lugar tenía; románticamente creía que sería el lugar donde encontraría un tesoro preciado, respuestas, sabiduría. Y resulta que cuando por fin llego a ese lugar, me encuentro allí, en medio de la multitud y el concreto, los olores y el ruido. Ahí de pie, como quien lleva un siglo esperando, estaba yo. Mirando atento, desconfiado, esperando que yo me viese, pero con cautela de no ser rechazado. Y pues sí, eso que tanto quería encontrar en ese lugar, era a mí mismo y lo hice. Pero nadie dijo que sería fácil.
 
Después de mucha mierda que no viene al caso, terminé trayéndome conmigo, aceptándome, acogiéndome y enmendando el pasado. Perdoné, lloré, pedí perdón y enterré esa parte mía que me abrumaba, me abatía y me causaba mucha rabia. Mucho de eso que enterré es lo que alimentaba a Sonetos, por eso inevitablemente puedo hablar sino de una despedida.
 
Han sido semanas duras dije, pero en realidad han sido años pesados y pues bueno, en algún momento todo se termina derrumbando. La parte más dura de un final es comenzar de nuevo. Por eso decidí sincerarme y escribir esto, a pesar de que estuve evitando por días tomar la pluma, para no ensuciar más el lienzo. No quiero tampoco ser melodramático, aunque sé que es parte de todo ese gozo de la vida, ¿quién no ha disfrutado de un poco de coraje al dar un beso? El drama no es tan malo después de todo. Sin embargo, no quería dejar este espacio libre al viento, como una ausencia insípida de algo que se desvanece y se vuelve polvo. No. Aunque sepa que nadie lea esto, es una especie de carta para mí, un contrato para entender y asimilar todo esto que está pasando; incluso un ejercicio más para mi aceptación propia.
 
Sonetos estuvo cargado de inspiraciones que aludían a la vida de otras personas y por supuesto, del impacto que tuviesen en mí. Mis padres estuvieron presentes. Más en todo aquello que escribí y nunca publiqué, pero si que estuvieron presentes en mis versos. Dejar morir y dejar ir mucho de lo que fui, me permitió acercarme a ellos, llorar, abrazarnos, perdonar y acercarnos. Dejar de ser tan disfuncionales y hacer la fuerza para crear familia por primera vez. Dicen que nunca es demasiado tarde.
 
Escribí de mis amigos y de mis amantes. Alardee de nuestras relaciones suicidas, de nuestras aventuras a ciegas y de nuestros sueños truncados. Me sentí parte de algo con ellos, ya fuese de los tragos, de las noches locas, el buen sexo o los cigarros. Cada cosa que me hizo ser quien soy y quien era, es valioso y se encuentra en estas letras. Si no estuviesen aquí, es porque para mí no valían la pena. Escribí de mis mosqueteros, de los insanos, de los pirnos. De los errados como yo, de los inadaptados sin frustración. Fui muy libre en Sonetos, aunque siguiese aprisionado.
 
También escribí de un extraño. De un extraño que se convirtió muy rápido en parte importante de esta historia, de mi historia; y por quien además de un eterno agradecimiento y admiración, hoy le tengo un gran aprecio. Yo pensaba que era invisible y creía que eso me gustaba. Cuando te das cuenta que quizás no lo sos, que te observan y a pesar de eso, se acercan a vos, puede desatar fuertes detonantes. Sin querer responsabilizarlo por eso y ni mucho menos, centralizarlo como parte de mis cambios, le dejé entrar a espacios donde nunca nadie ha entrado, a mirar aquellas partes de mí donde la luz no había tocado. Sin esos empujones que nos dan las personas de gran valor, muchas cosas no habrían pasado. Un abrazo de mi padre que me ha dejado sin aliento y me ha inundado en lágrimas por ejemplo. Por eso y más, gracias, por siempre gracias.
 
Hoy que me siento un poco más liviano, más libre y más humano, decidí venir de nuevo a mi rinconcito y mirarlo. Observarlo bien y ver todo lo que aquí he guardado. Cada escrito a pesar de todo, tiene gran valor para mí. Cada foto cuidadosamente seleccionada, son detalles, son señales que intentaba gritar al mundo para decirles: “mírenme, aquí estoy y yo también siento, pienso, creo, sufro, gozo, lloro, río, gano y pierdo”. Debo pedir perdón por mis letras malintencionadas, por mis escritos creados para manipular, porque sí, en Sonetos hubo de todos los sentimientos, hasta de esos que no se deberían sacar para ensuciar el arte; aunque esto estuviera muy lejos de llamarse arte.
 
Por estas y otras razones que no vale la pena mencionar para no hacer más largo el cuento; es que decido alejarme de Sonetos. Abandonarlo por un tiempo, cubriéndolo con sábanas blancas y dejándolo en el ático del recuerdo. Volver a él, solo cuando lo dicte el tiempo y me diga: podés volver a plasmar esto, porque es realmente lo que querés, lo que sentís y lo que debés. Mientras tanto, preferiré escribir en otras instancias, en mí por ejemplo. Me alejaré de Sonetos y volveré cuando toda la turbulencia haya pasado y pueda ser totalmente honesto. Sé que no me extrañarán, pero de nuevo, es parte de mi propia redención.
 
Me despido con el último escrito que hice siendo quien era. Frente a una tumba sin nombre en un cementerio en San José. Perdonándome. Es un escrito gris, como muchos de los que aquí plasmé, pero liberó en mí más color del que podría retener. Por eso lo dejo y me retiro, que se quemen con él todo eso que no es bueno que nos acompañe cuando decidimos renacer, evolucionar y crecer. Adiós Sonetos, aunque me duela y me cueste, adiós hasta un nuevo inicio.
 
Funeral
 
Hoy me entierro
profano mi tumba anticipada
en una fosa sin nombre;
quemo aquello que no me deja ser,
admito que debía morir
para poder renacer.
 
Y aunque duele verse yacer
allí
sin respirar, inerte
hay que aprender a soltar,
a soltarse.
 
Cada quien lleva el duelo
como mejor le pese.
Ha sido una noche dura
donde la soledad ya no ha sido
buena compañía
por vez primera
la he despreciado,
me dan náuseas su presencia
me enferma la mente y el alma,
pero no puedo dejar que eso me detenga
porque por elegir la vida
es que cedí a la muerte,
porque sé que merezco
empezar de nuevo.
 
He pedido perdón,
he hablado,
he dicho,
he llorado,
pero a pesar de todo eso
que mancha y ensucia,
me he encontrado.
 
Allí
en la multitud
donde la gente espera.
Allí
yazco
vestido con sedas
entre tanta mierda que cargo.
Allí
quedo
en medio de las llamas,
del odio que desaparece.
Allí
en medio de las llamas
cierro mi tumba.
Renazco.
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Gracias a la persona que tomó esta foto que hoy decora el escrito. Por plasmar en ella no solo esa despedida, sino también lo valiosa que se torna la compañía. 

El más grande de los idiotas

Anoche tuve un sueño, de esos sombríos que en otro contexto perturbarían la noche; un sueño en el que me vi a mí mismo en un contraste que pocas veces he visto. Me recordó lo que es sentirse, el más grande de los idiotas.
 
En ese sueño habían dos versiones de mí mismo. La primera era más alta de lo que realmente soy, llevaba un suéter de franela gris, una camisa blanca por debajo y una corbata de esas que tanto odio. Un pantalón color crema y zapatos relucientes. El cabello hacia atrás que hacia juego con la cordialidad y su calma, me miraba de lejos con un poco de lástima. La segunda versión me era más familiar. Pantaloncillos cortos, camiseta sin mangas y los pies descalzos. El típico desaliñado que escribe este cuento sin argumento.
 
Al encontrarse esos dos cuerpos, no hubo mayor fricción. Como familiares y habituales uno del otro, conversaron, sepa Dios de qué, largo y tendido conversaron, hasta que el primero envío al segundo por un par de zapatos. El camino a seguir era largo e iba a necesitarlos. Yo, ahora sí en primera persona y no como un tercero, formé parte de la escena como el yo descalzo. Al volver la mirada vi que ya no había nadie, ni rastro alguno del camino tomado. Por lo que emprendí esa búsqueda –romántica– de mí mismo.
 
Habían muchas puertas, callejones oscuros y personas sin alma. Entré en una especie de baño público, lleno de bañeras con hombres yaciendo en ellas, con una particular manta que cubría sus cuerpos y sus caras. Niños corrían sin que pudiera verlos con claridad, se escondían de mí. Intenté buscar una bañera libre en la cual pudiera entrar, pero no topé con suerte. Cada una estaba ocupada por cuerpos desnudos e inertes.
 
Salí de allí buscando alguna otra opción a mi suerte. Entré entonces en una bodega llena de artefactos. Cosas llenas de botones y sonidos, cosas viejas y mucho polvo. Pero sin duda, para alguien, ese era su cuarto de tesoros. Tesoros que yo no sabría apreciar ni por tratarse de un sueño, por lo que mejor decidí seguir buscando mi alter ego.
 
Seguí caminando, descalzo, por calles recién mojadas, típicas de una tarde de invierno. Como en un Londres deprimido, solo habían charcos y personas esperando. Esperando a que la vida les golpeara sin mucho asco. De repente recordé algo. Un camino trazado. Recordé que esas calles no eran tan ajenas después de todo y que había una forma de discernir adonde ir. Corrí despavorido en dirección a lo recordado. Pasé un campo de girasoles mojados que observaban cautelosos mi desacato. Corrí y llegué a esa puerta de vidrio que veía en mi memoria, pero ahora estaba recubierta con tablas de madera que estropeaban el paso. Dentro escuché voces y vi siluetas. Sin duda alguna, mi otro yo había logrado cruzar la puerta. Como alguna especie de resignación, desperté por no haber cumplido la tarea impuesta.
 
Lejos de cualquier interpretación que no sé hacer evidentemente, mi cabeza comenzó a intentar darle vueltas a un escenario que en la realidad no es creación fantástica. ¿Será que me he quedado estancado? ¿Será que ha imperado en mí el soñador descalzo por encima de lo que se considera apropiado?
 
Mi terquedad no es virtud, lo sé. Pero desde muy pequeño me convencí tanto de quien quería ser, que se me olvidó seguir un rol diseñado. Renuncié a casarme con lo diario. Ilusamente creí que había más por que vivir, más que la vida misma, que la vida propia. Me creí suficiente para cambiar el sentido de rotación de mí mismo y de la gente. Qué idiota fui.
 
Ahora heme aquí, por fuera de la puerta sin lograr entrar. Con los pies descalzos y mojados. Sin más nada que estas dos manos que solo saben escribir de madrugada. Debería sentirme triste y desolado, pero no es así. Debería sentirme frustrado y fracasado, pero no es así. No sé cuántas almas en mi paso me he encontrado y menos sé si mi presencia en algo les ha cambiado. Pero sé que mi paso no ha sido en vano. Descalzo o refinado, mojado o bien peinado, sé que mi tarea aquí no ha terminado.
 
He rechazado puertas que no tienen tablas. He rechazado suéteres de franela y zapatos con oro en las suelas. Me he llamado idiota a mí mismo por todo eso. He peleado mucho conmigo mismo por creerme importante. He decorado el discurso y he construido pedacitos de vida en varios lados. Muchos me ven como un pobre desquiciado, inmaduro y soñador, un maldito fracasado. Yo mismo me he visto así en varios de sus ojos; pero ahora entendí el precio que por ello he pagado.
 
No sé qué signifique un hombre cubierto en mantas en una bañera, o un cuarto lleno de artefactos, polvo y telas. No sé siquiera lo que significa sentir lo que ahorita siento, ni sé decir si estoy siendo o no estratégico. Pero si el motor que va por dentro lo sigue moviendo la pasión que siento por ser algo más que números y conteo en años; si lo mueve el brillo que ilumina mis ojos cuando hablo de la importancia del cambio y creer en que mis acciones puedan alcanzarlo; es allí cuando ya no me importa tanto seguir descalzo. Es allí cuando ya no me molesta tanto el ruido de una sociedad insistente y homogénea. Es allí donde corporalizo otras realidades y otras escenas; sobre todo esas que no se ponen en el guión por justa razón. Es allí cuando ya no me importa, ser el más grande de los idiotas.

Alegoría a una paternidad abortada

En poco tiempo cumpliré mis treinta vueltas en este mundo, en esta vida. Siempre he escuchado que es una etapa en la que comienzan a llegar más preguntas decisivas que en los veintes, a su vez más respuestas; pero lo que no me imaginaba es que serían terceros quienes me inundasen mayoritariamente con ciertas preguntas innecesarias, absurdas y hasta ofensivas, por cuadrarse únicamente en su propia perspectiva. Y sí, me refiero a esa conspicua pregunta por la paternidad, porque no solo las mujeres son cuestionadas sobre el mandamiento de la reproducción.

Son muy pocas las cosas sobre las que uno llega a tener claridad cuando se escasea en años; en mi caso, quizás la más clara haya sido mi rotunda negación a la reproducción propia. ¿Razones? Muchas. Y sé que entre quienes compartamos este pensar, habrán múltiples y distintas justificaciones –posiblemente todas igualmente válidas, pues no soy quién para atreverme a juzgarlas– mas lo que no se puede considerar válido, son los pseudo argumentos de algunos “letrados” de la vida humana, que le consideran el único mecanismo a la felicidad, satisfacción, nirvana o salvación divina, por lo que quien no llegue a experimentarlo es un infeliz, un desdichado de la sociedad. A veces me cuesta incluso diferenciar tal criterio, de ese otro de considerar que tener una casa propia o un carro del año, sean insignias de éxito y bienestar, aún cuanto tanto vacío interno no se logre llenar.

Y es que hasta cierto punto, esta paradoja de la reproducción se difunde como un dogma no solo de realización humana, sino de institucionalidad de la vida en sociedad, pues garantiza la secuencia (¿lógica?) de un ciclo infundado desde la ciencia biológica para la preservación de la especie; aunque ignoremos a veces que el ser humano se haya convertido incluso en la peor plaga de su propia raza. En las mujeres, se propaga como la esencia eterna del ser mujer, un don glorioso para culminar su razón existencial en este mundo y tener una vida a quien entregar su devoción total. En los hombres, un símbolo de masculinidad, una validación social de que nuestro semen sirve y no es simplemente una excreción corporal más, la alegoría de una virilidad expuesta y hasta estatus social; irónicamente olvidando que ser padre no equivale a ser papá.

Tristemente también, los hijos muchas veces llegan a representar ese segundo cuerpo donde un humano quiere ver sus sueños frustrados consumados por un tercero, influenciando una vida como si fuese propia y existiese cierto nivel de pertenencia material, pavimentando el camino de un alma que al parecer no nació libre, sino que firma desde el primer llanto, todo un estatuto ético y moral que debe respetar; con razón ese sentimiento recurrente de creer que se le ha vendido el alma al diablo o a cualquier otro ser celestial.

Con esto no pretendo generalizar porque sé que no todo se esconde detrás de lo que aquí menciono. Mucho menos intento caer en el mismo paradigma de irrespeto de quienes son víctimas de un tradicionalismo irracional, pero así como existen defensores de esos credos, considero pertinente hacer ver que no hay una sola forma de pensar, aunque parezca inaudito acudir a ello en pleno siglo XXI, donde parece estar de moda oponerse a cualquier tipo de diversidad, tal cual un resumen rápido de la historia de la humanidad.

En poco tiempo cumpliré mis treinta, estoy consciente de lo que ignoro, de lo que no acierto y esas cosas que quizás con los años me arrepienta, pero no por ello aspiro cumplir un arquetipo prediseñado para alcanzar un estándar de lo que se debe ser, porque así lo dicta una tribu en masa. Por ende, no pretendo comprensión o simpatía por mis criterios, pero a veces un poco de tiempo libre y un tanto de palabras extra, lo llevan a uno a contestar muchas preguntas, todas de una sola vez.

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«El regreso del hijo pródigo» por Rembrandt. 

Esperando…

Aprovechando los últimos días de este 2014, quiero anticiparme a tres de las publicaciones que más espero para el 2015. Se trata de tres libros de renombrados autores, los cuales verán la luz en el transcurso del año venidero. A continuación, la descripción de los mismos:

3. Los Hombres Sin Mujeres, Haruki Murakami.

Debo confesar, que no soy fanático de Murakami. He leído un par de sus obras que si bien, poseen elementos de exuberancia narrativa que he de admirar (como lo son los saltos temporales con coherencia o las historias entrecruzadas), aún carezco de cierta intriga en sus historias que logre cautivarme por completo. Es por eso, que quiero apostarle a su próximo libro -ya publicado en Japón dicho sea de paso- el cual me genera fuertes expectativas, por los comentarios que he leído recientemente sobre él; pero sobre todo por jugar con otras temáticas que distan de cierta forma, a lo que ha venido haciendo, según lo que he podido leer. Los riesgos me gustan y quizás esta compilación de seis relatos, sean quienes me lleven a sucumbir ante las letras de Hakuri.

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2. Los Cuentos de la Peste, Mario Vargas Llosa.

Conocí al autor peruano a través de su novela «La Ciudad y los Perros», fui bombardeado con críticas en su contra, por parte de quienes le acusan de sobrecargar sus relatos con discursos ideológicos a través de su «liberalismo insular«. No obstante, debo admitir que he disfrutado mucho de su lectura, además que aburrido se tornaría leer únicamente a quienes concuerden con nuestras ideas, por lo que no tuve problema con toparme con uno que otro flechazo político que a fin de cuentas, se los oigo decir hasta al vecino. Volviendo a la obra en cuestión, se trata de un tipo de remake de la obra “Decamerón” de Giovanni Boccaccio, cuyo tema sobre la reacción humana más sensual ante lo que nos desespera, me deja con las ansias de leerle pronto. Ya veremos que tal.

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1. Poemas Inéditos, Pablo Neruda.

Orgulloso de mi latinoamericaneidad, me declaro un fiel amante de la literatura que brota de nuestra tierra. A veces nos enamoramos tanto de autores clásicos (¡qué fácil es hacerlo!), que nos olvidamos que tenemos de vecinos a grandes escritores que le debemos también, su coqueteo diario. Neruda, ha sido una personalidad que he admirado más de lo que se deba tal vez, no sólo por sus letras si no también por quien fue. Sus excentricidades y su visión de mundo, es algo que siempre le admiraré. Es por eso, que no puedo estar más que ansioso por la publicación de una serie de poemas encontrados recientemente, que según se afirma, es uno de los más valiosos hallazgos de la literatura latinoamericana. Sin lugar a dudas, una espera que anticipo, valdrá la pena.

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Desafíos de la Política Económica: Reflexiones hacia la Transmodernidad

Desafíos de la Política Económica: Reflexiones hacia la Transmodernidad*

Rodrigo Corrales Mejías

 

I. Realidad Sesgada: La Objetivación de lo Subjetivo

“Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras […] Obligan a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra, se forja un mundo a su imagen y semejanza” (Marx & Engels, 1974).

¿Qué tan inmersos estamos en una lógica persecutora de progreso? ¿qué tanto se ha encargado la teoría económica de interiorizar en el humano la modernidad? Quizás resulte contradictorio dar respuesta a cualquier interrogante que surja a raíz de nuestro carácter “moderno”, si ya sea que consciente o inconscientemente hemos formado parte de un espectro cultural, habitual, socialmente aceptado y reproducido, en el que haciendo un uso insensato de las categorías de análisis, hemos aceptado y anhelado los frutos de esa modernidad.

El economista como cientista social es tal vez el protagonista principal, el obrero sumiso y latente de la reproducción de progreso, a través de tecnicismos, de teorías y hasta de ideologías que se vuelven tangibles y ejecutables por medio de la política económica. Es entonces que esta se convierte en el elemento conductor, es decir, el timón que dirige a nosotros, los sujetos, hacia el núcleo más puro de la modernidad.

La fundamentación de toda política económica, yace en la teoría económica y en sus objetivos clásicos de crecimiento económico, control de precios y pleno empleo. No importa que el enfoque sea distinto, que se parta de un abordaje teórico-metodológico alternativo –moderno– si el resultado a fin de cuentas, consiste en lograr los mismos resultados: la reproducción del capital como solución última a los problemas sociales, políticos y hasta culturales que nos acechan. Es decir, se objetiva la búsqueda y posesión del capital como fin último y como culminación de la satisfacción individual y colectiva, criticando sin deslegitimizar la acumulación desmedida en manos de unos pocos y en detrimento de otros muchos, ignorando que detrás de ello, por más revolucionario que se intente ser o parecer, se anhelan y persiguen los mismos productos del salvaje capitalismo.

Si bien la ética ha intentado ser el mecanismo interventor para mermar los juicios de valor de los hacedores de política, ya sea de derecha o de izquierda, aún cuando se planteen fines y medios distintos, lo que suele ser difícil de diferenciar, son los resultados finales que a grandes rasgos, resultan ser los mismos; un traslape de poder de un bando a otro, acumulación de capital –y de poder–, re-reproducción de una lógica mercantil que sobrepone la vida ante lo material, dogmatiza los artefactos, les da vida, los venera.

Es aquí que se entra en la disyuntiva de la validez argumentativa de pensadores en debates ideológicos actuales que “…al no ser consciente(s) del marco categorial que presupone toda reflexión política, incluso con pretensión de liberación, termina justificando la dominación, porque afirma, siempre, como único posible, el marco categorial de la política moderno-occidental, es decir, lo político como dominación, el poder en cuanto dominación; amputándose la posibilidad de pensar, desde otro horizonte de comprensión, una praxis política más allá que la dominación; cuya pretensión legítima propone la liberación no sólo de una dominación sino de toda forma de dominación”. (R. Bautista, 2014:29). Y partiendo de ello, ¿hasta que punto resulta una solución una política económica que más bien parece parte misma del problema que intenta mitigar?

Al final, la base misma de la política económica, no es más que un mecanismo de re-colonización: vuelve a las realidades, sus sistemas económicos, una colonia a diestra de las disposiciones de los dueños del capital, accionando en función de sus objetivos de acumulación, dominando ya no solo recursos y riqueza, sino que se domina hasta la actitud, el intelecto, las formas de pensar encuadernadas en una racionalidad creada y calculada, se produce consensuadamente humanos con conciencia burguesa (Bautista, 2012).

II. La Economía Política de la Política Económica

Los procesos de un pseudo-desarrollo que históricamente han perseguido los países latinoamericanos, se plasman en función del comercio internacional (basta con cavar la base teórica de los modelos agroexportador, sustitución de importaciones y promoción de exportaciones), es decir, una lógica meramente cambista de mercancías y de valores de uso, tratando de manera tan efímera e irresponsable la concepción del desarrollo (incluso el humano) desde la óptica de una mayor posesión y acceso a las mercancías. Es hasta cierto modo una institucionalidad a través de la política económica, basada en esa modernidad que predica un progreso en la acumulación de artefactos, para “hacer más fácil la vida”, para “hacernos seres más felices y satisfechos”.

En este sentido, no resulta tan estólida la asimilación que hace Marx (1975) de una mercancía con vida propia, con alma, en tanto le atañamos cualidades cuasi mágicas, divinas o celestiales, capaces de representar los principales satisfactores de nuestras necesidades humanas y que por tanto, la acción de su obtención deba ser uno de los propósitos implícitos de la política económica: crecimiento económico para la acumulación del capital, creación de riqueza y ampliando el acceso y cumulo de mercancías disponibles; la estabilidad de precios como referente y asignador de valor y por tanto, la pauta hacia la posibilidad de satisfacer necesidades y por último; el pleno empleo como mecanismo de utilización y extracción del trabajo humano para la creación y de nuevo, acceso a las mercancías.

Y es que no se intenta de satanizar los objetivos de la política económica, ¿a qué país no le interesaría producir? ¿quién puede vivir sin la utilización de tales mercancías? ¿Será que Marx nunca se equivocó al atribuirle un carácter endemoniado a la mercancía? El problema yace en tanto excluyamos de esos objetivos a la vida misma que parece puesta en un segundo plano, si no es que más abajo. No se ve al trabajo como una forma de vida, se ve como una condición para consumir, no se ve al crecimiento como antídoto a la desigualdad de la distribución, se ve únicamente como una condición de poder y por tanto, de dominación.

El eximir el carácter de vida de todo accionar de la política económica, equivale a anteponer al ser humano en función de los artefactos y no en viceversa (Max-Neef et al. , 1986). Siguiendo la línea de Max-Neef et al. (1986), no se debe confundir las necesidades humanas, ya sea según su categoría axiológica o existencial, con los satisfactores de esas necesidades, en aras de entender a un desarrollo que haga referencia a las personas y no a los objetos. La política económica como mecanismo de arrastre de los satisfactores hacia las necesidades a través de un marco categorial mucho más macro, afianza la relación sujeto-objeto al plano de una racionalidad arraigada a la posesión de uno sobre otro, en una cuestión de doble vía, pues tanto puede el sujeto poseer al objeto como a la inversa, sobre todo cuando le asignamos el carácter de “viviente” al objeto con características sensoriales suprasensibles o sociales (Marx, 1975:88), subjetivándolo dentro de una lógica de hábitos colectivos que lo traduzcan como lo objetivo, lo racional, y que a fin de cuentas, es lo objetivo dentro del marco de una consciencia meramente burguesa.

Si tomamos al dinero como máximo exponente de los dioses terrestres y a lo material como el fruto que recompensa su veneración y devoción, la política económica viene a jugar el rol del ‘evangelizador’, el cura, el mesías que predica y decide el rumbo, ese camino de bien que nos guíe por la senda de la prosperidad moderna, aquella que aborrece el pasado, lo simple (¿qué es lo simple?), todo aquello que difiera de su concepción de progreso, de avance.

Es la política económica un engranaje más en la reproducción del paradigma capitalista, disfrazada con trajes de bienestar social, de cambio y mejora en una línea estratégicamente trazada, con una funcionalidad definida en torno a una realidad enajenada en un espectro objetivado por quienes así les convenga. No importa la línea de la política, sus nombres y apellidos, si su función final sigue girando en torno al mismo deseo de poseer lo que el capital produce, siendo la senda del paraíso, el mies y el descanso divino: la (¿)vida(?) burguesa.

III. Emancipación a la Intemperie: ¿Hacia dónde movernos?

La gran interrogante a la que nos enfrentamos es entonces, hacia donde enrumbar la política económica, cómo lograr que sus objetivos vuelvan a estar (si es que alguna vez lo estuvieron), en función de la vida misma. Pero además, es importante plantearse y preguntarse, si existirá la fundamentación teórico-metodológica sobre la cual se pueda sostener la política. Como ya mencionó en párrafos anteriores, la política económica se ha basado en distintos abordajes para versionar el método de su accionar, aún cuando sus resultados sean en esencia los mismos, verbigracia sean las políticas de innovación –con un corte evolucionista schumpeteriano– que se encasillan dentro de lo moderno, intentando permear el acceso a mercados, a procesos de producción y a sistemas de integración e involucramiento, que al final redundan en una lógica capitalista de acumulación, generando la dualidad del beneficio solo para unos cuantos.

Sobre esta lógica se posicionan, muchas otras estrategias de política que buscan separarse de las tradicionales clásicas o neoclásicas, sin embargo, mientras se anhele y desee obtener como fin último, al satisfacción de necesidades a través de lo material y desfigurando el sentido de vida en función de ello, se vuelve casi imposible de emancipar la política económica del capitalismo. No se trata nuevamente de crear fetiches ideológicos que condenen y satanicen cualquier tipo de producción; no se trata de producir y reproducir discursos dogmáticos como en los que ha caído el socialismo del siglo XX, al querer renunciar a la lógica capitalista sin divorciarse de los mercados capitalistas y la producción por poder y dominación; se trata de sostener una política económica que sirva como mecanismo dinamizador de un sistema económico el cual forma parte fundamental de la vida, pero que no se asuma este como la vida misma y como el centro sobre el cual todo debe girar.

No se trata tampoco simplemente de cambiar de ideología para poder cambiar la política económica. A fin de cuentas, el planteamiento de lo ideológico, en el prisma de lo que se cree ideal se encuentra altamente contaminado por la imagen de la sociedad perfecta presentada como el objetivo de la sociedad real (Todorov, 1997:36) que tenga cada quien según sus juicios de valor, pues de lo que se trata, al igual que con la modernidad, es lograr traspasar, trascender y transmutar más allá de ella.

El ser humano, inmerso en una realidad que se le podría acuñar autoría propia, se le hace imposible separarse de su normatividad para dictaminar cuál que paradigma seguir, que política económica ejercer si se aterriza al plano en discusión. Con esto se aclara que cualquier planteamiento alternativo que se quiera realizar para enfrentar las vicisitudes del capitalismo, debe considerar la subjetividad de lo que se vaya a tomar como objetivo, explicitar y aceptar la existencia de juicios normativos que permearán tal alternativa, de manera que se pueda avanzar más en la línea de velar por las necesidades de los oprimidos (Dussel, 2014:185), pues si aún la neurociencia acepta que la separación absoluta entre lo emotivo y cognitivo en el cerebro de cualquier persona es prácticamente imposible, pues siempre una estará influenciada por la otra, en una especie de complementariedad axiomática, inevitable y hasta contradictoria en ocasiones.

Es por eso que la ética entra a jugar un papel determinante en las decisiones y planteamientos de la política económica, es el elemento que intercede, que concilia y que regula que los fines a alcanzar, cumplan con criterios de colectividad. Pero, ¿será que la ética es suficiente para regular que los fines de la política económica respondan a las necesidades del colectivo? ¿qué garantiza que esa ética no esté haciendo uso insensato del marco categorial, sesgada hacia la conveniencia de unos cuantos? ¿será la ética suficiente para traspasar los criterios de colectividad a criterios de comunidad?

El gran problema de la ética de quienes asumen puestos como hacedores de política económica, yace en que su normatividad es etérea; la mayoría de quienes llegan a gestionar la política económica, no han sido afectados en su corporalidad por los problemas que acechan al resto. Incluso, muchos de ellos hasta carecen de contexto histórico por ver siempre una realidad inmersos en otra realidad muy ajena. Para superar un problema hay que entenderlo y para ello, debe dejar afectar su corporalidad (Bautista, 2012).

Y es por esa razón que se nos ha inundado con múltiples propuestas, estrategias y lineamientos de política económica que nos arrastran y nos llevan hacia su modernidad: una realidad individualista, donde todo lo pasado es malo, donde la cultura ancestral ha caducado y donde los mismos seres humanos nos volvemos obsoletos. Una modernidad que solo permite moverse hacia un ‘adelante’ predeterminado por la conveniencia misma de la conciencia burguesa. Un norte común de mercancías, sin la oportunidad siquiera de probar el sur, yuxtapuestos todos a perseguir y competir por un mismo objetivo, el mismo que la política económica se plantea para si misma, y que nos promete tal cual un Cristo redentor. Se nos condena a una actualidad suicida que aniquila las culturas por considerarlas atrasadas (Hinkelamert, 2011), obligándonos a exorcizar nuestro pasado, el origen de quienes somos, pues debemos ser sujetos de una transformación hacia lo moderno, para hacernos divagar por el ciclo absurdo de sus estatutos, pero que finalmente asimilamos como racional.

Repensar la política económica y repensarnos nosotros mismos como ejecutores de su accionar, nos pone en un dilema existencial del que no es fácil escapar, a menos claro que sucumbamos ante la atractiva comodidad que ofrece la modernidad y sus promesas. La misma política económica se enfrenta a su carácter ontológico, en tanto no es capaz de saber que se es, si es que se es, una vez que las fundamentaciones teóricas se agoten y no sean capaces de sostener sus estipulaciones. Es una política económica que no se ha dedicado a producir teoría económica, sino que se ha dedicado a intentar solucionar fenómenos coyunturales dentro de una temporalidad limitada (Bautista, 2012), jamás viendo hacia un futuro, que luego requiera de mirar atrás; tal y como se ha hecho históricamente con la teoría económica existente y sobre todo con la economía política de Marx.

Asimismo, cómo poder atreverse a hablar de la emancipación de los pueblos si seguimos sometidos ante un capitalismo por la vía Junkeriana de la que hablaba Lenin, donde los países emergentes siguen acuñando para sí, de forma cuasi voluntaria, un carácter de servidumbre ante economías modernas, con progreso (Cueva, 1998). Economías que han logrado doblegar a quienes no han alcanzado su realidad consensuada de lo que debería ser y por tanto, trazan una línea a seguir a costa incluso de la vida misma, pues como negarse y nadar contracorriente si es lo socialmente aceptado.

Resulta difícil, incluso moralmente conflictivo consigo mismo el enfrentar la política económica más allá de lo ético y normativo, y sobreponerla ante la paradoja de lo moderno y lo transmoderno, para finalmente darse cuenta lo ensimismado que se ha estado en la concepción de lo que se cree aceptable, asintiendo que se ha estado como el caballo que corre en círculos detrás de la zanahoria atada a su cuello, con objetivos de vida impuestos, con un desarrollo inventado tal cuento de hadas. Es entonces que el primer paso para ese contra-sometimiento se vuelve la autocrítica, el repensar cómo se aborda un problema sobre el que reflexiona, valorar si se es más bien parte del problema en lugar de una solución. Reflexionar aún cuando los dilemas existenciales se conviertan en nuestros peores verdugos, pero si queremos lograr transcender, debemos primero sufrirlo en nuestra corporalidad y que mejor manera que emancipándonos de nosotros mismos, por medio de la liberación de lo racional.

 “Las cosas son muy distintas ahora, pero él no lo sabía explicar. Aún dudaba sobre la veracidad del cambio, lo sopesaba como un capricho más. La ansiedad le carcomía. Los días se achicaban ante la repetición y se anidaban las hipótesis más absurdas, pero guardaban la esperanza del suceso: su verdadera emancipación.”

Autoría Propia.

*Ensayo en construcción. Abierto al debate.

Bibliografía

Bautista, J. 2012. Hacia la Descolonización de la Ciencia Social Latinoamericana: Cuatro Ensayos Metodológicos y Epistemológicos. Ediciones Rincón, Bolivia.

Bautista, R. 2014. La descolonización de la política: Introducción a una política comunitaria. Primera Edición, AGRUCO/Plural Editores, Ecuador.

Cueva, A. 1998. El Desarrollo del Capitalismo en América Latina. Editorial Siglo XXI, México.

Dussel, E. 2014. 16 Tesis de Economía Política: Interpretación Filosófica. Editorial Siglo XXI, México.

Hinkelamert, F. 2011. Entrevista a Franz Joseph Hinkelamert en Cuadernos del Pensamiento Crítico Latinoamericano de Página 12. Rescatado y consultado el día 7 de Junio de 2014 del portal http://www.pagina12.com.ar/diario/especiales/18-171005-2011-06-28.html

Marx, K.; Engels, F. 1974. Manifiesto del Partido Comunista. Traducción para Latinoamérica. Editorial Pluma, Buenos Aires.

Marx, K. 1975. El Capital. Tomo I. Primera Edición en Español, Editorial Siglo XXI, México.

Max-Neef, M; Elizalde, E.; Hopenhayn, M. 1986. Desarrollo a Escala Humana: Una Opción para el Futuro. Cepaur, Fundación Dag Hammarskjöld, Development Dialogue, Santiago.

Todorov, Tzvetan. 1997. El Hombre Desplazado. Editorial Taurus, versión traducida al español, México.

G.G.M.

Siento culpabilidad por este egoísmo de entristecerme. Estoy seguro que él está ahora en un lugar mejor. Has trascendido admirable señor y hoy no nos queda más que agradecer y reproducir tu legado; esa acuarela mágica que usaste para pintarnos la Latinoamérica que vivimos y que no alcanzaran cien años para entenderla y amarla como se debiera. Gracias por enseñarnos que las palabras no solo se escriben en papel, sino que hay que hacer el amor con ellas y dejar que se engendren ideas que caminen por sí solas, sobre todo aquellas que algunos no se atrevan a decir. Vivirás por siempre, inmortal sos escritor.

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Seguir Caminando

Me han revoloteado los pensamientos en los últimos tiempos, me han convocado a golpes para que evitara excusar mis ausencias y hoy heme aquí, sigo caminando. Me han tomado por sorpresa a los lugares a los que he llegado, quizás por esa obsesiva tendencia de menospreciar lo propio, sin necesidad de autoalavarse por el mínimo logro. Me sorprende sí, me criticó, actúo, pienso y al final del día, sigo caminando.

No quiero exagerar, sobredimensionando por ignorancia o por necesidad de mérito ajeno, solo quiero tomar los pasos como premios, pero no de esos que se asientan en los trofeos, en los cuadros de pared o en reconocimientos. Que los premios deben ser los retos, que nos lleven a escalar montañas que no hubiésemos alcanzado por impulso propio, que condicionen el intelecto y que pongan a prueba el sentido común. Gracias a esos premios, sigo caminando.

Me he declarado amante de las palabras, ellas han hecho de mi lo que han querido, me han obligado a ver lo que siento por dentro, pero que ocultaba en mi inconsciencia consentida. Por eso hoy escribo, me hundo en ellas, me hundo en todo, me escucho a mi mismo y reconozco lo que me oigo. Me enlazo en los mundos y escucho a los bandos, a pesar de tanto ruido, sigo caminando.

No sé lo que escribo, no sé para que lo hago. No sé si lo que vivo últimamente son logros, no sé si me estoy estancando. No sé si es muy tarde mi tiempo, no sé si me estoy aventurando. No sé si este sea mi lugar, no sé donde está mi hogar, no sé si mi filosofía me está matando. Lo único que sé con parcial certeza, es que sigo caminando.

De Pseudo Candidatos y Miopes: Una realidad sin pertenencia

No estoy muy avanzado en años y tampoco soy historiador,  algo he leído de la historia política de mi país y mucho he admirado el accionar de su pueblo, más que el de sus gobernantes, aún cuando unos cuantos me han llegado –en el sentido más romántico– a impresionar. La evolución histórico-política de Costa Rica, la eximió de ese común denominador que caracterizó al resto de países centroamericanos, algo pregonaba que ese ahorro en sangre significaría un avance, un progreso social, económico, político y hasta cultural; pero jamás que derivaría en la inconsciencia colectiva que hoy tanto lamento.

Inundados de una farsa política que más bien peca de ridícula y un marketing de escaso (por no decir nulo) intelecto, así hemos nadado a duras penas los costarricenses desde haces varias décadas ya, sujetándonos del fútbol, el ‘pura vida’, las misas del domingo y las birras con chifrijo, como las únicas balsas que nos mantienen a flote en este mierdero. Lo peor quizás sea el percibir que existe noción de tal letargo, pero el estado de confort momentáneo se ha convertido en nuestro cáncer principal y nos ha desahuciado a padecer de virulentos pseudo candidatos: marionetas de la élite que los crea, tóxicos para el resto de la nación.

Mientras tanto, el resto de mortales seguimos sucumbiendo ante un sistema educativo mediocre por ejemplo, que posiciona sus metas exclusivamente en el mefítico anhelo de hacer dinero, nada más. Se les grita comunistas a los que señalan un mal proceder, aún si saber lo que eso significa, se nos enseña que Carmen Lyra solo escribía cuentos; se descalifica a quien critica, se adora la miopía que nos muestra solo lo superficial, lo que no requiere mayor esfuerzo, pero si mayor comodidad. Nos hemos llenado de oportunistas profesionales de oficio, labriegos sencillos no de la tierra, pero de la ignorancia más pura y vil, pensantes de ocasión por escogencia o convicción.

Sí, escribo estas ideas en primera persona del plural, en efecto porque me incluyo, quizás no carezca de la moral suficiente para exiliarme de esta realidad a la que muchos creen no pertenecer, ya sea por un conveniente sosiego o la más pendeja resignación. He desistido el demandarle a otros lo que yo carezco y quizás sea por eso que he encontrado allí mi propia solución. No propongo la hoguera a los deshonestos, a sabiendas de que yo también he pecado, pero ¿qué tan dispuestos estamos a abandonar nuestros hábitos, la incultura y la terquedad?

A las puertas de una nueva campaña electoral, cargada de cinismos, politiqueros déspotas y una descarada burla hacia al pueblo, es tiempo de darle vuelta a la ruleta del poder y dejar de depender de un único capitán que nos dicte un rumbo, empoderarnos de un cambio autóctono, propio, admitiendo que tenemos también vela en el entierro de esta muerte anunciada, tomando las riendas que nos corresponden. Exijamos canastos llenos con res non verba sin olvidarnos nunca de nuestro propio accionar.

RCM

Del Matrimonio… Y Otros Demonios

Que curioso me resulta el ver un grupo de personas manifestándose por la “familia tradicional”, entendiéndose esta como la simple unión de dos miembros de diferente sexo para procrear. Pues, que concepción más pobre tienen por familia empezando por ahí, lo que me lleva a aunar una hipótesis más a mi gran lista de cosas por las que creo que la humanidad está jodida. A fin de cuentas el propósito único de la marcha es el de reclamar derechos que al parecer solo les pertenece a unos cuantos –ya que se los asignó alguno de los tantos seres divinos– aún cuando cometan cualquier otro tipo de peripecias, pues no hay pecado mayor que desarmar la pareja perfecta de Adán y Eva.

Me declaro en contra del matrimonio, aclaro, no del matrimonio gay, sino de la concepción completa del término como institución social, pues para mi es la más burda representación de pertenencia, materialización de sentires  y farsas simbióticas. Eso sí, cuando veo un grupo de personas imperando para ser los dueños absolutos de una acción, de un derecho o de la institucionalización de un relación o como lo quieran llamar, me siento a reflexionar si mi repudio será en realidad al matrimonio en sí mismo, o si será más bien sobre quienes lo ejecutan dentro de ese paradigma de seguir un solo patrón social.

Porque claro, abominables sean quienes se dignen a quebrantar el ciclo perfecto que algún simplista –haciendo burla sobre el ciclo biológico natural de cualquier organismo, dibujó como el desarrollo humano: crecer (adorando algo que me sirva a agradecer por crecer y a culpar por mis pendejadas), conseguir recursos para la sobrevivencia (entiéndase casa, carro y un perro para encajar –los gatos son del diablo), reproducirse (si se adelanta a esta fase prepárese para un apocalipsis  familiar, social y financiero), heredar el patrón (en conjunto con el equipo de fútbol favorito, porque sino eso sí es una herejía) y por último, morir esperanzados en que mis acciones me concedan el viaje a un cielo tan capitalista que los caminos de oro se usan como sinónimos de eterna felicidad.

Aún no logro comprender cual será el nirvana que produce la acción del matrimonio, ni si durará lo mismo que preludian las telenovelas, pero ¿por qué prohibirle a otro ser humano es mismo estatus solo porque no lo alcanza igual a como yo lo digo? Me parece simplemente un argumento aún más execrable que el que tales ‘familias’ predican. Si toda su doctrina está basada en el ‘amor’, ¿por qué interponer restricciones?. Claro porque es “más de dios” que un infante sufra las inclemencias del abandono, a que sea adoptado por quienes cometen un pecado con más puntos demoníacos de los que cometo yo.  Es más santo acusar, discriminar y odiar a quien decida amar a alguien con su mismo órgano reproductor.

Si usted lee esto y se siente ofendido, le aclaro que en ningún momento estoy arremetiendo en su contra. No tengo problema en respetar sus acciones, incluso a pesar de ello puedo sentir algún aprecio hacia usted, pero si usted siente que no puede hacer lo mismo, siéntase ofendido, no por mi, sino por usted mismo. Quizás sea mi inmerecida heterosexualidad la que le ofenda, pero más ha ofendido usted al sentido mismo de lo que es ser humano, ser persona, ser sociedad.

No tengo que ser gay para defender una libertad, no tengo que ser ateo para señalar lo que creo que está mal, no tengo que ser beatificado después de la muerte o resucitar tres veces para entender por sentido común, la diferencia entre lo que me hace bien y lo que me hace mal. No necesito firmar un papel para pactar aprecio, ni de patrones absurdos para ser acreedor de la verdad. Solo necesito pensar por mi mismo, relacionarme, querer, interactuar, para darme cuenta de allá afuera no existe solo mi mundo, y que en la catarsis de todos sus traslapes, se podría construir una verdadera humanidad.

 

Rodrigo Corrales M.