Desafíos de la Política Económica: Reflexiones hacia la Transmodernidad*
Rodrigo Corrales Mejías
I. Realidad Sesgada: La Objetivación de lo Subjetivo
“Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras […] Obligan a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra, se forja un mundo a su imagen y semejanza” (Marx & Engels, 1974).
¿Qué tan inmersos estamos en una lógica persecutora de progreso? ¿qué tanto se ha encargado la teoría económica de interiorizar en el humano la modernidad? Quizás resulte contradictorio dar respuesta a cualquier interrogante que surja a raíz de nuestro carácter “moderno”, si ya sea que consciente o inconscientemente hemos formado parte de un espectro cultural, habitual, socialmente aceptado y reproducido, en el que haciendo un uso insensato de las categorías de análisis, hemos aceptado y anhelado los frutos de esa modernidad.
El economista como cientista social es tal vez el protagonista principal, el obrero sumiso y latente de la reproducción de progreso, a través de tecnicismos, de teorías y hasta de ideologías que se vuelven tangibles y ejecutables por medio de la política económica. Es entonces que esta se convierte en el elemento conductor, es decir, el timón que dirige a nosotros, los sujetos, hacia el núcleo más puro de la modernidad.
La fundamentación de toda política económica, yace en la teoría económica y en sus objetivos clásicos de crecimiento económico, control de precios y pleno empleo. No importa que el enfoque sea distinto, que se parta de un abordaje teórico-metodológico alternativo –moderno– si el resultado a fin de cuentas, consiste en lograr los mismos resultados: la reproducción del capital como solución última a los problemas sociales, políticos y hasta culturales que nos acechan. Es decir, se objetiva la búsqueda y posesión del capital como fin último y como culminación de la satisfacción individual y colectiva, criticando sin deslegitimizar la acumulación desmedida en manos de unos pocos y en detrimento de otros muchos, ignorando que detrás de ello, por más revolucionario que se intente ser o parecer, se anhelan y persiguen los mismos productos del salvaje capitalismo.
Si bien la ética ha intentado ser el mecanismo interventor para mermar los juicios de valor de los hacedores de política, ya sea de derecha o de izquierda, aún cuando se planteen fines y medios distintos, lo que suele ser difícil de diferenciar, son los resultados finales que a grandes rasgos, resultan ser los mismos; un traslape de poder de un bando a otro, acumulación de capital –y de poder–, re-reproducción de una lógica mercantil que sobrepone la vida ante lo material, dogmatiza los artefactos, les da vida, los venera.
Es aquí que se entra en la disyuntiva de la validez argumentativa de pensadores en debates ideológicos actuales que “…al no ser consciente(s) del marco categorial que presupone toda reflexión política, incluso con pretensión de liberación, termina justificando la dominación, porque afirma, siempre, como único posible, el marco categorial de la política moderno-occidental, es decir, lo político como dominación, el poder en cuanto dominación; amputándose la posibilidad de pensar, desde otro horizonte de comprensión, una praxis política más allá que la dominación; cuya pretensión legítima propone la liberación no sólo de una dominación sino de toda forma de dominación”. (R. Bautista, 2014:29). Y partiendo de ello, ¿hasta que punto resulta una solución una política económica que más bien parece parte misma del problema que intenta mitigar?
Al final, la base misma de la política económica, no es más que un mecanismo de re-colonización: vuelve a las realidades, sus sistemas económicos, una colonia a diestra de las disposiciones de los dueños del capital, accionando en función de sus objetivos de acumulación, dominando ya no solo recursos y riqueza, sino que se domina hasta la actitud, el intelecto, las formas de pensar encuadernadas en una racionalidad creada y calculada, se produce consensuadamente humanos con conciencia burguesa (Bautista, 2012).
II. La Economía Política de la Política Económica
Los procesos de un pseudo-desarrollo que históricamente han perseguido los países latinoamericanos, se plasman en función del comercio internacional (basta con cavar la base teórica de los modelos agroexportador, sustitución de importaciones y promoción de exportaciones), es decir, una lógica meramente cambista de mercancías y de valores de uso, tratando de manera tan efímera e irresponsable la concepción del desarrollo (incluso el humano) desde la óptica de una mayor posesión y acceso a las mercancías. Es hasta cierto modo una institucionalidad a través de la política económica, basada en esa modernidad que predica un progreso en la acumulación de artefactos, para “hacer más fácil la vida”, para “hacernos seres más felices y satisfechos”.
En este sentido, no resulta tan estólida la asimilación que hace Marx (1975) de una mercancía con vida propia, con alma, en tanto le atañamos cualidades cuasi mágicas, divinas o celestiales, capaces de representar los principales satisfactores de nuestras necesidades humanas y que por tanto, la acción de su obtención deba ser uno de los propósitos implícitos de la política económica: crecimiento económico para la acumulación del capital, creación de riqueza y ampliando el acceso y cumulo de mercancías disponibles; la estabilidad de precios como referente y asignador de valor y por tanto, la pauta hacia la posibilidad de satisfacer necesidades y por último; el pleno empleo como mecanismo de utilización y extracción del trabajo humano para la creación y de nuevo, acceso a las mercancías.
Y es que no se intenta de satanizar los objetivos de la política económica, ¿a qué país no le interesaría producir? ¿quién puede vivir sin la utilización de tales mercancías? ¿Será que Marx nunca se equivocó al atribuirle un carácter endemoniado a la mercancía? El problema yace en tanto excluyamos de esos objetivos a la vida misma que parece puesta en un segundo plano, si no es que más abajo. No se ve al trabajo como una forma de vida, se ve como una condición para consumir, no se ve al crecimiento como antídoto a la desigualdad de la distribución, se ve únicamente como una condición de poder y por tanto, de dominación.
El eximir el carácter de vida de todo accionar de la política económica, equivale a anteponer al ser humano en función de los artefactos y no en viceversa (Max-Neef et al. , 1986). Siguiendo la línea de Max-Neef et al. (1986), no se debe confundir las necesidades humanas, ya sea según su categoría axiológica o existencial, con los satisfactores de esas necesidades, en aras de entender a un desarrollo que haga referencia a las personas y no a los objetos. La política económica como mecanismo de arrastre de los satisfactores hacia las necesidades a través de un marco categorial mucho más macro, afianza la relación sujeto-objeto al plano de una racionalidad arraigada a la posesión de uno sobre otro, en una cuestión de doble vía, pues tanto puede el sujeto poseer al objeto como a la inversa, sobre todo cuando le asignamos el carácter de “viviente” al objeto con características sensoriales suprasensibles o sociales (Marx, 1975:88), subjetivándolo dentro de una lógica de hábitos colectivos que lo traduzcan como lo objetivo, lo racional, y que a fin de cuentas, es lo objetivo dentro del marco de una consciencia meramente burguesa.
Si tomamos al dinero como máximo exponente de los dioses terrestres y a lo material como el fruto que recompensa su veneración y devoción, la política económica viene a jugar el rol del ‘evangelizador’, el cura, el mesías que predica y decide el rumbo, ese camino de bien que nos guíe por la senda de la prosperidad moderna, aquella que aborrece el pasado, lo simple (¿qué es lo simple?), todo aquello que difiera de su concepción de progreso, de avance.
Es la política económica un engranaje más en la reproducción del paradigma capitalista, disfrazada con trajes de bienestar social, de cambio y mejora en una línea estratégicamente trazada, con una funcionalidad definida en torno a una realidad enajenada en un espectro objetivado por quienes así les convenga. No importa la línea de la política, sus nombres y apellidos, si su función final sigue girando en torno al mismo deseo de poseer lo que el capital produce, siendo la senda del paraíso, el mies y el descanso divino: la (¿)vida(?) burguesa.
III. Emancipación a la Intemperie: ¿Hacia dónde movernos?
La gran interrogante a la que nos enfrentamos es entonces, hacia donde enrumbar la política económica, cómo lograr que sus objetivos vuelvan a estar (si es que alguna vez lo estuvieron), en función de la vida misma. Pero además, es importante plantearse y preguntarse, si existirá la fundamentación teórico-metodológica sobre la cual se pueda sostener la política. Como ya mencionó en párrafos anteriores, la política económica se ha basado en distintos abordajes para versionar el método de su accionar, aún cuando sus resultados sean en esencia los mismos, verbigracia sean las políticas de innovación –con un corte evolucionista schumpeteriano– que se encasillan dentro de lo moderno, intentando permear el acceso a mercados, a procesos de producción y a sistemas de integración e involucramiento, que al final redundan en una lógica capitalista de acumulación, generando la dualidad del beneficio solo para unos cuantos.
Sobre esta lógica se posicionan, muchas otras estrategias de política que buscan separarse de las tradicionales clásicas o neoclásicas, sin embargo, mientras se anhele y desee obtener como fin último, al satisfacción de necesidades a través de lo material y desfigurando el sentido de vida en función de ello, se vuelve casi imposible de emancipar la política económica del capitalismo. No se trata nuevamente de crear fetiches ideológicos que condenen y satanicen cualquier tipo de producción; no se trata de producir y reproducir discursos dogmáticos como en los que ha caído el socialismo del siglo XX, al querer renunciar a la lógica capitalista sin divorciarse de los mercados capitalistas y la producción por poder y dominación; se trata de sostener una política económica que sirva como mecanismo dinamizador de un sistema económico el cual forma parte fundamental de la vida, pero que no se asuma este como la vida misma y como el centro sobre el cual todo debe girar.
No se trata tampoco simplemente de cambiar de ideología para poder cambiar la política económica. A fin de cuentas, el planteamiento de lo ideológico, en el prisma de lo que se cree ideal se encuentra altamente contaminado por la imagen de la sociedad perfecta presentada como el objetivo de la sociedad real (Todorov, 1997:36) que tenga cada quien según sus juicios de valor, pues de lo que se trata, al igual que con la modernidad, es lograr traspasar, trascender y transmutar más allá de ella.
El ser humano, inmerso en una realidad que se le podría acuñar autoría propia, se le hace imposible separarse de su normatividad para dictaminar cuál que paradigma seguir, que política económica ejercer si se aterriza al plano en discusión. Con esto se aclara que cualquier planteamiento alternativo que se quiera realizar para enfrentar las vicisitudes del capitalismo, debe considerar la subjetividad de lo que se vaya a tomar como objetivo, explicitar y aceptar la existencia de juicios normativos que permearán tal alternativa, de manera que se pueda avanzar más en la línea de velar por las necesidades de los oprimidos (Dussel, 2014:185), pues si aún la neurociencia acepta que la separación absoluta entre lo emotivo y cognitivo en el cerebro de cualquier persona es prácticamente imposible, pues siempre una estará influenciada por la otra, en una especie de complementariedad axiomática, inevitable y hasta contradictoria en ocasiones.
Es por eso que la ética entra a jugar un papel determinante en las decisiones y planteamientos de la política económica, es el elemento que intercede, que concilia y que regula que los fines a alcanzar, cumplan con criterios de colectividad. Pero, ¿será que la ética es suficiente para regular que los fines de la política económica respondan a las necesidades del colectivo? ¿qué garantiza que esa ética no esté haciendo uso insensato del marco categorial, sesgada hacia la conveniencia de unos cuantos? ¿será la ética suficiente para traspasar los criterios de colectividad a criterios de comunidad?
El gran problema de la ética de quienes asumen puestos como hacedores de política económica, yace en que su normatividad es etérea; la mayoría de quienes llegan a gestionar la política económica, no han sido afectados en su corporalidad por los problemas que acechan al resto. Incluso, muchos de ellos hasta carecen de contexto histórico por ver siempre una realidad inmersos en otra realidad muy ajena. Para superar un problema hay que entenderlo y para ello, debe dejar afectar su corporalidad (Bautista, 2012).
Y es por esa razón que se nos ha inundado con múltiples propuestas, estrategias y lineamientos de política económica que nos arrastran y nos llevan hacia su modernidad: una realidad individualista, donde todo lo pasado es malo, donde la cultura ancestral ha caducado y donde los mismos seres humanos nos volvemos obsoletos. Una modernidad que solo permite moverse hacia un ‘adelante’ predeterminado por la conveniencia misma de la conciencia burguesa. Un norte común de mercancías, sin la oportunidad siquiera de probar el sur, yuxtapuestos todos a perseguir y competir por un mismo objetivo, el mismo que la política económica se plantea para si misma, y que nos promete tal cual un Cristo redentor. Se nos condena a una actualidad suicida que aniquila las culturas por considerarlas atrasadas (Hinkelamert, 2011), obligándonos a exorcizar nuestro pasado, el origen de quienes somos, pues debemos ser sujetos de una transformación hacia lo moderno, para hacernos divagar por el ciclo absurdo de sus estatutos, pero que finalmente asimilamos como racional.
Repensar la política económica y repensarnos nosotros mismos como ejecutores de su accionar, nos pone en un dilema existencial del que no es fácil escapar, a menos claro que sucumbamos ante la atractiva comodidad que ofrece la modernidad y sus promesas. La misma política económica se enfrenta a su carácter ontológico, en tanto no es capaz de saber que se es, si es que se es, una vez que las fundamentaciones teóricas se agoten y no sean capaces de sostener sus estipulaciones. Es una política económica que no se ha dedicado a producir teoría económica, sino que se ha dedicado a intentar solucionar fenómenos coyunturales dentro de una temporalidad limitada (Bautista, 2012), jamás viendo hacia un futuro, que luego requiera de mirar atrás; tal y como se ha hecho históricamente con la teoría económica existente y sobre todo con la economía política de Marx.
Asimismo, cómo poder atreverse a hablar de la emancipación de los pueblos si seguimos sometidos ante un capitalismo por la vía Junkeriana de la que hablaba Lenin, donde los países emergentes siguen acuñando para sí, de forma cuasi voluntaria, un carácter de servidumbre ante economías modernas, con progreso (Cueva, 1998). Economías que han logrado doblegar a quienes no han alcanzado su realidad consensuada de lo que debería ser y por tanto, trazan una línea a seguir a costa incluso de la vida misma, pues como negarse y nadar contracorriente si es lo socialmente aceptado.
Resulta difícil, incluso moralmente conflictivo consigo mismo el enfrentar la política económica más allá de lo ético y normativo, y sobreponerla ante la paradoja de lo moderno y lo transmoderno, para finalmente darse cuenta lo ensimismado que se ha estado en la concepción de lo que se cree aceptable, asintiendo que se ha estado como el caballo que corre en círculos detrás de la zanahoria atada a su cuello, con objetivos de vida impuestos, con un desarrollo inventado tal cuento de hadas. Es entonces que el primer paso para ese contra-sometimiento se vuelve la autocrítica, el repensar cómo se aborda un problema sobre el que reflexiona, valorar si se es más bien parte del problema en lugar de una solución. Reflexionar aún cuando los dilemas existenciales se conviertan en nuestros peores verdugos, pero si queremos lograr transcender, debemos primero sufrirlo en nuestra corporalidad y que mejor manera que emancipándonos de nosotros mismos, por medio de la liberación de lo racional.
“Las cosas son muy distintas ahora, pero él no lo sabía explicar. Aún dudaba sobre la veracidad del cambio, lo sopesaba como un capricho más. La ansiedad le carcomía. Los días se achicaban ante la repetición y se anidaban las hipótesis más absurdas, pero guardaban la esperanza del suceso: su verdadera emancipación.”
Autoría Propia.
*Ensayo en construcción. Abierto al debate.
Bibliografía
Bautista, J. 2012. Hacia la Descolonización de la Ciencia Social Latinoamericana: Cuatro Ensayos Metodológicos y Epistemológicos. Ediciones Rincón, Bolivia.
Bautista, R. 2014. La descolonización de la política: Introducción a una política comunitaria. Primera Edición, AGRUCO/Plural Editores, Ecuador.
Cueva, A. 1998. El Desarrollo del Capitalismo en América Latina. Editorial Siglo XXI, México.
Dussel, E. 2014. 16 Tesis de Economía Política: Interpretación Filosófica. Editorial Siglo XXI, México.
Hinkelamert, F. 2011. Entrevista a Franz Joseph Hinkelamert en Cuadernos del Pensamiento Crítico Latinoamericano de Página 12. Rescatado y consultado el día 7 de Junio de 2014 del portal http://www.pagina12.com.ar/diario/especiales/18-171005-2011-06-28.html
Marx, K.; Engels, F. 1974. Manifiesto del Partido Comunista. Traducción para Latinoamérica. Editorial Pluma, Buenos Aires.
Marx, K. 1975. El Capital. Tomo I. Primera Edición en Español, Editorial Siglo XXI, México.
Max-Neef, M; Elizalde, E.; Hopenhayn, M. 1986. Desarrollo a Escala Humana: Una Opción para el Futuro. Cepaur, Fundación Dag Hammarskjöld, Development Dialogue, Santiago.
Todorov, Tzvetan. 1997. El Hombre Desplazado. Editorial Taurus, versión traducida al español, México.