Lacrimosa

Dos sujetos de mediana edad, sentados uno frente al otro en un par de sillas viejas de madera. Las sobras de una compra mal hecha. Se miraban y no se decían nada. Habían estado evitando el encuentro. Uno de ellos habló.
 
– ¿Y las palabras?
– Nunca he entendido de razones.
– ¿Me aborreces?
– Amo tus mentiras, nada más.
– Son crueles, lo sé.
– ¿Lo sabes? Y no te duelen.
– Hay muchos escenarios. En realidad son tres. A veces más.
– Sí sobre todo hoy; ya casi es domingo.
– Fue un domingo tu primer crisis, ¿verdad?
– A las cinco. Duró una hora. Desde ese día, todo fue distinto.
– ¿Estás limpio?
– Para nada. Son diez meses de sobriedad. Pero eso no significa que no le extrañe.
Lo sé.
– Fui inocente.
– Tal vez.
– La última vez.
– Sí, me viste feliz. Lo sensiste en los labios.
– En cada beso. En tu humedad.
– Sabía que sería nuestra última noche. Lo sabía tan bien.
– ¿Y por eso fuiste feliz?
– Sí, fui feliz de tenerte. Y porque así te quería recordar, aunque llorara al tenerte de frente en la estación de San Miguel.
– ¿Lo entiendes?
– Nunca lo haré.
– Me iré.
– Lo sé.
– ¿Vos?
– También, que de correr entiendo bien. Huye, que yo también huiré.
– Tengo sueño.
– Perdóname.
– ¿Aunque no te crea?
– Déjame ser.
– Abrázame.
– Es la última vez.
– ¿Un domingo?
– Día de lágrimas.
– ¿Estás limpio?
– Pronto lo estaré.
 
La mañana era turbia, pero el aire la cambió. No estaban allí los dos sujetos, solo uno de ellos, sentado en la misma posición. En frente, sostenía un gran espejo.
dig

«Quizás hoy sí». Autoría Propia.