Un nuevo día.

Se despertó algo tarde, eran más de las nueve seguramente. Habían sido días agobiantes, el cansancio físico le machacaba su espalda y sentía como si cargara toneladas. Decidió no ir a trabajar. Se quedó sentado por varios minutos a la orilla de su cama, mirando por la ventana. Aquella mañana de Julio que se suponía debía ser tibia y soleada, pintaba gris. Las ramas de un árbol vecino que se asomaban, se balanceaban sin ganas por el aire, oscureciendo sus verdes, no cantaban. Los pajarillos deambulaban sin rumbo ni sentido, como resignadas hojarascas que se arrastran a donde les diga el viento.

Miró sus manos entonces. Miró la marca que había dejado la soga de la noche anterior. Ya no le quemaba, pero el dolor trascendía lo físico y sensorial. Le dolía lo que no se podía tocar, lo que no se podía siquiera explicar. ¿Estaré volviéndome loco? -pensó. Fue al cajón de las pastillas y sacó un par de analgésicos. En su cabeza había más inquilinos de los que podía albergar, la bulla se había vuelto insoportable y ya no sabía cómo actuar. Perdió el control. Por tercera vez, su cuerpo se atrofió. Sus manos se doblaban retorciendo cada músculo. Sus piernas le temblaban bañadas en orín. Caía al suelo mientras sus pulmones desesperaban por una bocanada de aire. Sus ojos derramaban lágrimas de azufre por no poder salvarse.

Cuarenta y siete minutos pasaron. Se encontró de pronto divagando por las calles. Sus lentes oscuros le ocultaba la tragedia a los mortales. Se sentó en el parque en el que solía antes escribir. Donde desde niño se paseaba e imaginaba historias. El mismo lugar que fue testigo de sus derrotas y de sus triunfos. El tiempo se detuvo. Sutilmente se detuvo y todo lo demás se detuvo con él. Fue entonces que tuvo fuerzas de nuevo para ponerse de pie y sujetarse a sí mismo. Tomar su pluma de incoherencias y clavarla en su sien. Gota por gota, se derramaban los recuerdos que tanto amó. Aquello que le dolía también huía de su entorno, se escapaba a la velocidad de un convicto en fuga. Cayó al suelo, sin saber nada más.

Como cuando escribió «A la espera«, se encontró a sí mismo en aquella banca, del mismo parque y con las mismas ansias. Pero ya no había nadie. El desfile de personas y memorias ya no estaba. Ni la niebla, no había nada. Solo una repugnante calma y un silencio ensordecedor. Miró a su alrededor como buscando señales, un motivo, una razón. Yació sentado sin poder movilizarse. Sus piernas se entrecruzaban tal cual nudo y no sucedía nada. De pronto, entre la maleza, sacudióse el arbusto más pequeño, el más obtuso. Salió de él un viento helado, el mismo que le perseguía con y le sacaba de su status quo. Dejó asomar entre sus ramas una silueta particular. Un rostro humano, con la cara cubierta en barbas. Le miraba sin pestañear. Sabía que aquella figura saldría en cualquier momento, a tocar su hombro y desaparecer con el viento, tal cual lo habían hecho todos los demás. Pero antes de que eso sucediera, tiró con todas sus fuerzas para de golpe ponerse de pie.

Sé quien eres. -Le dijo enfadado.

Sé lo que quieres y lo que haces aquí. Sé que vienes a preguntarme cosas, a tocar mi hombro y a huir. Sé lo que pasó hace cinco años, sé que volvió  por ti. Sé de las muertes y los pedazos, sé tanto de ti como lo puedes saber tú de mí. Y eso me hace daño. ¿Sabes que maté a mi hermano? Mientras tú te perdías como duende, yo aprendía a ser humano. Mientras buscabas monedas de oros en bolsillos de extraños, yo comía mi propia mierda. Sabes que me negaste las palabras que yo con respeto albergué. No en vano sembré en tus cabellos la sabia de mi aprecio. Por eso no, ya no. Por eso me marcho con el viento. Por eso decido pararme de nuevo. 

Miraba a la gente revolteándose tal cual palomas. Habían gritos, llantos y sombras. Rodeaban el charco de lo impuro y deplorable, lamentando la vida de alguien que no merecía mencionarle. Mientras tanto él observaba desde la otra esquina, con soberbia y con ira. Se puso su traje y su corbata para ponerse en marcha. Lanzó miradas de desgracia. En sus manos marcó corazas. Se dispuso como un dios, con basta algarabía, a construir un nuevo día.

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«Judas Kiss» hyperrealistic painting by Mike Dargas.