Un Nuevo Espacio

Como parte y continuidad de este blog que sin duda me ha dejado grandes experiencias, anécdotas y amigos, decidí proyectarlo de manera diferente a través de una red social. A partir de ahora, cuento también con el espacio Sonetos En Fuga en la red de Facebook, donde compartiré de una forma un tanto distinta, los escritos que publico por acá, agregándoles algunos pensamientos adicionales que expliquen -o confundan- un poco lo que intento decir. Asimismo, aprovecharé para externar algunos de mis gustos literarios de manera breve, en caso de que podamos compartir criterios y lecturas.

Aprovecho además, para agradecer a quienes me acompañan en este viaje tan exquisito en el que me he encausado, donde me he permitido aprender ampliamente de cada artista con el que me he topado en estos rumbos. Un abrazo sincero y fraternal a todas y todos.

Rodrigo. 

La Puerta Abierta

Hoy voy a dejar la puerta abierta
por si deseas entrar por ella una vez más;
no prometo ser quien era
ni pretendo que vos lo seas,
nuestros pasados murieron
se los llevó el mar.
 
Y tal vez me cuestiones mi osadía
después de tanto tiempo
volverte a dejar entrar,
no lo tomés a mal, no seamos aguafiestas
que vos al igual que yo
solo querés una noche fugaz.
 
Hoy quise dejar la puerta abierta
y ver si te llegabas a asomar
al ver tu rostro y esa mirada coqueta
sé que buscabas con ella
lo mismo que yo,
eso no se puede negar.
 
Y probablemente te hagan dudar
los cuestionamientos de otros
y su doble moral,
pero sé que al final de día
la tentación ganará
te valdrá mierda el qué dirán.
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Imagen «Tentación» por Jaime A. Franco, 2010.

Home – Ella Eyre

Al final del día, a pesar de que las cosas no salgan como las planeamos o esperamos, nos debe quedar al menos la satisfacción de poder devolvernos a ese lugar, a esas personas o al menos a esa sensación que nos hace sentir donde realmente pertenecemos. Es bueno saber que siempre habrá un lugar, por más simbólico que parezca, donde la calma se encuentre, así sea momentánea, pero clarifica la mente, el alma y el cuerpo. Un descanso meritorio del mundo, de los otros, de lo que agobia y confunde. Es bueno saber que se puede tener algún lugar al que se pueda llamar hogar a fin de cuentas.

De cansancios e inercias

Un pequeño aporte al espacio «Arte y Denuncia». Una reflexión y una autocrítica, pues a fin de cuentas el arte también debe servirnos para rebelarnos de nosotros mismos.

Arte y denuncia

Más fuerte que la crítica
más agresivo que lo corrupto
más potente resulta la inocuidad
ante la ceguera voluntaria de los videntes.

«¡Ya basta!» Gritaron desde el sofá
desde la comodidad de su rutina,
pues lo único que les duele y les molesta
son las heridas más superficiales de sus fiestas.

La resaca de conformidad
las voces compradas y los silencios forzados
la sangre derramada de quienes nos defendieron
de quienes intentaron ser más que poetas
Y cambiar al mundo sin dormir siestas.

Porque se necesitaban, los necesitamos
¿será que probaremos que su muerte no fue en vano?
No quiero encontrarme frente al espejo
mirando la televisión o escribiendo un libro
sin saber que antes luché por el exilio
Por ser libre de hipócritas, de engreídos y asesinos
que se creyeron más que la tierra que les brindó auxilio.

Porque en su piel aún yace el polvo que nos forma…

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Una Partida Elegida

Estoy harta, harta de que todos quieran decirme cómo debo esperar mi muerte, es algo tan mío y por obra de caridades y lástimas ajenas, se ha vuelto un tipo de interés colectivo. Pero es que ni de niña pudieron decirme qué hacer; ya no hay respeto para una mujer mayor dispuesta a aceptar su destino, a morir con la misma dignidad y autosuficiencia, con la que intentó sobrevivir en ese tramo tan ridículo que se encuentra entre el nacimiento y la muerte.

Llevo planeando esto desde hace dos meses. Sé que este debe ser el cómo, sé que hoy debe ser el cuándo y sé aquí debe ser el dónde. Sé que quiero que en mi lecho se toque en el viejo tornamesa, mi canción favorita para partidas: ‘Dance Me to the End of Love’ de Madeleine Peyroux. ¡Oh sí exquisita! Todo estaba listo.

Antier atendí a la persona que comprará mi casa a los abogados. Una joven artista, llena de vida, con la mirada algo hueca, pero al menos, me da la seguridad de que le inyectará un poco de vida a este barrio.

Así somos en el sur, un montón de ancianillas tercas que nos apoderamos de los barrios que suponemos tranquilos, nada más que para fingir que ya estamos muertas. ¡Aquí nunca pasa nada!. Lo más extraordinario que el destino nos regaló para amenizar el té de las cuatro, fue la vez en que la vecina del 4A se cayó por las escaleras derramando todas sus compras en la acera. Para sorpresa de todas las que nos acercamos a ayudar, en medio de los abarrotes se encontraban notoriamente decoradas, tres cajas de condones. Fue el chisme por casi mes y medio, lastimosamente la vecina jamás volvió del hospital. A nuestras edades esas caídas son fulminantes, no hay parte de nuestro cuerpo que no esté estrenada y por tanto, de alguna u otra forma remendada. Siempre me solía preguntar ¿sería esa una muerte digna? Quizás no fue el acto más triunfal para un final, pero por lo menos se coronó como la reina de las jocosidades, misterio que hasta la fecha, se enterró junto con los secretos de su pelvis.

Ojalá la vida me regalará en estos últimos días, emociones como las que tuve a mis diecinueve. Las escapadas de la facultad para ir a marchar contra la represión del gobierno, las luchas contra el patriarcado que seguían fomentando las élites, las veces en que alcé la voz contra los profesores que no me creían capaz de nada y por supuesto, las revolcadas que me di con quien se llegó a convertir en mi compañero de vida. Si hubiese sabido que la muerte lo seduciría primero a él, lo hubiese colgado de los huevos al muy bastardo. Ningún hombre que me hiciera algún desplante salía bien librado, solo este infeliz que se fue sin siquiera dejarme cachetearlo por apresurado. Como lo extraño.

Por eso y muchas cosas más, es que he decido darle fin a mi vida como yo quiero. No le daré el gusto a esta estúpida enfermedad de verme decaída, demacrada e impotente. Ahora que aún corre suficiente sangre por mis venas, me aprovecharé de ella para que transporten los ingredientes de mi fatídico final, el día, la hora y el lugar que yo decidí y no donde a la perra muerte se le ocurra por el capricho que le confiere su posición de privilegio.

Lo más curioso de todo este asunto, es que quienes se ponen en mi contra, ¡son un montón de extraños!. Inmundas criaturas que creen que pueden opinar por mí, como si fueran ellos los que se van a morir. Nunca tuve hijos, siempre fui de las que pensó en que si no se tiene casta de madre, mejor no parir. Disfruté mi vida y mi útero para muchas otras cosas, menos para lo que mis profesores me exigían que fuera. Incluso mi padre, ¡oh ilusos!, me reí de ellos en su propio rostro.

Mi hermana si llegó a ceder ante la tradición, ella siempre fue mucho más tradicionalista, tal vez por eso me costó tanto quererla. Su hijo Roberto, se convirtió con los años en mi pequeño cómplice de discursos, visitándome más seguido de lo que probablemente mi hermana le permitía. Pero aquí estaba siempre, admirando mi colección de vinilos y ansioso de escuchar de mi, la lectura de las páginas que nos faltaban para terminar Mrs. Dalloway. Un chiquillo hermoso, tímido, pensante, pero contaminado por las ideas de su madre. Paradójicamente, la vida nos dejó solos a los dos, sin parientes ni nada que se le pareciera. Sí, sus padres, mi viejo bastardo y muchas personas más, oriundas de Benítez, fallecieron aquel dieciocho de enero cuando atacaron los militares de Usuro. Roberto y yo estábamos en ese momento en la biblioteca central buscando nuevos números de la revista sociedades. Fuimos resguardados hasta que el alboroto pasó. Salimos del lugar sin heridas físicas claro está, pero bombardeados por dentro y más derrumbados que las casas viejas de aquel lugar. Nunca volvimos a ser los mismos y en vez de que las tragedia nos uniera, nos separó.

Pero él regresó, regresó tan solo para darme su abrazo aprobatorio, me conocía y sabía que mi decisión tenía sentido, él siempre me entendió. Lo sujeté tan fuerte, al punto de sentir que mis últimos soplos de vida se aferraban a su torso fuerte. Tenía tanto que decirle, tantas bofetadas atrasadas, por haberse comprometido sin avisarme, pero sobre todo, por haberlo hecho con alguien que no ama.

Oh sí lo recuerdo, recuerdo muy bien su cumpleaños veintidós. Su novia le planeó uno de esos festines como de películas superficiales, pero él no aparecía por ninguna parte. Yo sabía donde encontrarlo, así que decidí ir por él para que no comenzara un drama innecesario. Justo allá por los callejones del final de la avenida, se encontraba Roberto, apasionadamente besando a alguien más, bueno y no sólo eso, besando a otro hombre. Nunca hablamos sobre eso, aunque sé muy bien que él me vio allí aquella noche; incluso me mencionó su nombre una vez, “Antonio se llama” se dejó decir. Fue lo único que supe y posiblemente, lo único que debía saber.

Ahora que lo veo aquí conmigo, sonriendo, bien peinadito y arreglado como un muñeco de caja, no puedo hacer nada más que derramar lágrimas, dicen que así es una forma de tatuar recuerdos en el alma y su rostro sin duda, era una de esas imágenes que anhelaba con todo mi ser guardar por una eternidad. Lo sujeté fuerte, mirando por la ventana una última vez a aquel viejo barrio con un aire anglosajón. No hablamos, solo nos miramos y el me tocaba las arrugas con tanto amor. En todo este proceso fue el único momento en que flaqueé y quise vivir otra vez. Pero en medio de esos segundos que parecieron eternos, el timbre sonó más sombrío que de costumbre. El doctor ya estaba aquí.

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 Imagen «Sin Esperanza» por Frida Kahlo, 1945.

C.C.C. o las Cinco Condenas de Cernuda

I.

Condenado estarás a pagar los frutos, a ver el desprecio en los rostros de los niños, el silencio encausado de quienes alguna vez quisiste. Ya no estarás para dar aliento, las palabras que tragaste se pudrieron, te ahuecaron la lengua, ya no sabes que decir, solo tartamudear.

II.

Te ataste vos mismo dos cadenas en las manos, negándote a la ciencia del abrazo. Las cargaste por más tiempo del necesario para hacer daño, las yagas denotan tu amargura, el orgullo te ha hecho su esclavo. Pensé que recapacitarías cuando entró el verano, ahora que tuve que ser juez y hacerte descubrir que los días grises no fueron más que vientos desconcertados, me hice el tonto aún al descubrir tus engaños, pensé que la historia me recompensaría.

III.

Ciego quedarás aún cuando no te abandoné la juventud, ya puedo detectar en tu cuello las marcas. Te ha carcomido la locura, no supiste hacerla tu aliada.

IV.

Sonarás campanas hasta el fin de los días, hasta que pierda sentido el oído. Solo así sabrás lo valioso de escuchar antes de causar ruido, apreciar el silencio aún cuando nos deje confundidos.

V.

Te marcharás solitario en tus abismos, todo lo que te menciono no son siquiera mis sentencias, pues cada quien es autor de su propio destino y tu en tu caso, te convertiste en el peor de tus castigos.

“Once a thing is set to happen, all you can do is hope it won’t. Or will-depending. As long as you live, there’s always something waiting, and even if it’s bad, and you know it’s bad, what can you do? You can’t stop living.” 
― Truman Capote, In Cold Blood. 

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Imagen «The Death of Hyacinthos» por Jean Broc, 1801. 

No Quiero Llorar

Sé que quizás me equivoqué
pensé que esta vez iba a ser diferente
tú o yo, o todo lo que enterré
lo que dejé atrás sin dejar morir
y que a fin de cuentas nos hizo sufrir.

Quiero sentarme y verte volar
que vuelvas de vez en cuando
y me quieras besar.

Quiero que te vayas a donde debas ir
y que recuerdes en las mañanas y al atardecer
que no soy el mismo sin ti.

No quiero llorar
y saber que te pierdo cada día más
No quiero saciar la ira con tu partida
y con el adiós que no sabré digerir
No quiero llorar
y hacerte creer que me dueles todavía más
por todas las cosas que no te di
la vida que me ofreciste y no la supe vivir.

Sé que quizás fui egoísta
nunca me percaté del daño que te hacía, que nos hacía
a ti, a mí y cada personaje de aquella fantasía
en la que nos vimos soñar
y nos aprendimos a amar.

Quiero sentarme y saberte capaz
de mirarme a los ojos y no buscar
al culpable de tus noches sin paz.

Quiero saberme explorar
para entender cada decisión, cada reacción
conocer a aquel que no te supo acariciar.

No quiero llorar
y saber que esto ha llegado a su final
no quiero saciar tu falta con falsas caricias
y buscar el calor que ya no existe más
No quiero llorar
y hacerte creer que no te he podido olvidar
y que la distancia siga siendo el reflejo de ti
de todas esas cosas que tuve tan cerca y las dejé ir.

No quiero llorar
aunque cuando esta canción se llegue a acabar
encuentres en ella más lágrimas
de las que existen en el mar.

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Imagen «La danza de los amantes» por Jacqueline Klein Texier.