Seguir Caminando

Me han revoloteado los pensamientos en los últimos tiempos, me han convocado a golpes para que evitara excusar mis ausencias y hoy heme aquí, sigo caminando. Me han tomado por sorpresa a los lugares a los que he llegado, quizás por esa obsesiva tendencia de menospreciar lo propio, sin necesidad de autoalavarse por el mínimo logro. Me sorprende sí, me criticó, actúo, pienso y al final del día, sigo caminando.

No quiero exagerar, sobredimensionando por ignorancia o por necesidad de mérito ajeno, solo quiero tomar los pasos como premios, pero no de esos que se asientan en los trofeos, en los cuadros de pared o en reconocimientos. Que los premios deben ser los retos, que nos lleven a escalar montañas que no hubiésemos alcanzado por impulso propio, que condicionen el intelecto y que pongan a prueba el sentido común. Gracias a esos premios, sigo caminando.

Me he declarado amante de las palabras, ellas han hecho de mi lo que han querido, me han obligado a ver lo que siento por dentro, pero que ocultaba en mi inconsciencia consentida. Por eso hoy escribo, me hundo en ellas, me hundo en todo, me escucho a mi mismo y reconozco lo que me oigo. Me enlazo en los mundos y escucho a los bandos, a pesar de tanto ruido, sigo caminando.

No sé lo que escribo, no sé para que lo hago. No sé si lo que vivo últimamente son logros, no sé si me estoy estancando. No sé si es muy tarde mi tiempo, no sé si me estoy aventurando. No sé si este sea mi lugar, no sé donde está mi hogar, no sé si mi filosofía me está matando. Lo único que sé con parcial certeza, es que sigo caminando.

Blanco

Hoy soy solo una persona
Que solo posee este momento,
No soy dueño de nada,
Ni siquiera de mi cuerpo,
Solo yazco en medio de esta calma
Cansado de acumular intentos.

Intento quedarme dormido
Y ser quien más convenga en sueños,
Olvidarme por un rato de los ecos,
Ignorar las llagas de sus egos,
Respirar sin mayor esfuerzo
Sin que me cobren cada aliento.

Hoy soy solo una persona
Inmersa en la obscuridad.
Con más pensamientos de la cuenta
Que no se callan ni en las siestas;
Hoy soy solo un testarudo lío,
Hoy soy solo quien clama por silencio a gritos.

La duda no calla las voces
Quizás solo calla la mía,
Queriendo eliminar mis deseos atroces
Caotizando la armonía,
Donde yo mismo incendié mis bosques
Para crear caminos de ceniza
Y con ella despistar mi norte.

Hoy solo vivo en primera persona
Sediento de la inercia,
Forzando al destino a tomarse una pausa
En medio de tanta maleza;
Conceder permisos que no se perdonan
Concentrando en mis alas
Las furias y mis fuerzas.

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Resurrectio

Tócame, tócala. El tiempo se dispersa entre estos encuentros y se enfrían mis ganas, hazme sentir que estoy vivo aún cuando me haya dejado manipular, besa despacito mis mentiras y conviértelas en mi verdad.  No quiero llorar. No quiero sentir que agoté mis amaneceres, buscando los lienzos para pintarte atardeceres, me obsesioné tanto con el final que nunca supe siquiera como comenzar; mientras tanto tú, terminaste tu novela, las clases de ballet, te obsesionaste con de Saussure y aprendiste a volar.

Tócame, tócala, siéntete. Dos notas me faltaron para interpretar a Fidelio, el mismo día que me viniste a visitar y a preguntar ‘¿cómo estás?’; trajiste algo para desayunar y unas tremendas ganas ser mi presa y mi confidente. Quisiste protagonizar mis sutilezas con la magia sincera que brillaba en tu nalga izquierda, quisiste comprender mis días, quisiste ser parte de lo que yo escondía. Me quisiste a mi que fue lo más desconcertante, me amaste aún sabiendo que soy muerte. 

Y es que el amor suicida a alguna de las partes, te solía advertir. No es un camino de rosas, es más bien una pintura de Dalí, es mi sueño más perverso, son los quebrantos de mis huesos. El amor no es más que tu nostalgia copulando mis fracasos, tu amor no era más que tu propia vida siéndome entregada sin permiso, era tu historia yaciendo entre mis brazos. Tu amor era tu firma de aceptación, era la más sincera de las voces, la más incoherente de tus hazañas. Fuiste intrépida y audaz para entregarlo, fuiste reina de batallas en desiertos de monarcas, derrotando al ejército de mis orgullos.

Mi negación forcejeaba con los impulsos de mi espina dorsal, todo mi cuerpo te deseaba, pero no te dejé entrar. Te deje morir de hambre y de sed, afuera de mi casa, por fuera de mi alma sin siquiera mirar. Cubrí las ventanas con sábanas blancas, podía oler tu aroma aún en el desván. Te dije ‘no’ más de mil veces pero nunca te quisiste marchar. Sabías que te amaba, sabías que eras mi última llamarada de vida y te decidiste apagar. Sabías que me odiaba y sin cariño propio no se puede amar. Sabías que pronto partiría, lo sabías todo y aún así te quisiste quedar.

Tócame, tócala, siéntete, vuelve a latir. Recién esculpí mis disculpas, he terminado por fin mis excusas, he perdonado, he visto, he caminado y me he caído. Ordena a tu mano apretar la mía, dime que aún no es demasiado tarde. Corta mis hilos con tu boca, libérame de los amos y enséñame por fin lo que tanto deseabas, siente mi libertad. No te seques, que se evaporen tus últimas lágrimas, le pido a los cielos y si es necesario a los infiernos, pero dame otra oportunidad. Seamos rebeldes, seremos la fuerza del “yo” en la hierba de Whitman. Seremos todo lo que no fui y lo que tu siempre fuiste. Seré la vida que te robé al mostrarte mi muerte. Tócame, siéntete. Vuelve a la vida, que por tu inmenso amor, finalmente renuncié a mi mente. 

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Imagen: «Acércate al Oído y Te Diré Quién Eres» por Bonifacio Alfonso (1990). 

Siete con Doce en 1999

Eran juegos de niños en plena pubertad,
donde el descubrimiento se hizo prohibido y se definió la moral,
se escondían en los pasillos ausentes
los mayores malgastaban su vida al trabajar,
ellos por el contrario desataban pasiones
eyectaban sus hormonas en el bulevar.

Salían al campo con sus sandalias y camisas blancas,
tan iguales y tan distintos por hermandad.
Escribieron sus nombres en las latas
y ni aún con los años sus cursilerías pudieron borrar,
sin que esto representara a vivo cuerpo
que no se había suscitado un final.

Él escribió canciones para los dos
que por mero oportunismo se las supieron robar;
enterró sus deseos de ser escritor
bajo los arbustos del parque de los muertos,
donde en los recesos muchas se dejaban embarazar,
en el kiosco de los silencios y ecos,
los gemidos de placer aullaban sin cesar.

Con besos y vellos se cerraron las memorias,
las preocupaciones absurdas por los kilos de más.
Las traiciones y el carácter suelto
cobraron su precio con creces e ingenuidad
y con peajes altos se lo solían recordar,
al darse por vencido en los roces de empates
Y haber regalado su identidad.

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Imagen: «Pubertad» (1985) por Edvard Munch. 

In Transitu

Después de las 3, cuando todo se hace gris y no te despiertan las tazas de café, es ahí cuando aparecen los sin sentidos y agoniza la comodidad. Cuando ya no es suficiente el sobrevivir ni las limosnas de sus miradas, cuando me quedo inerte en medio de las masas, haciendo supuestos sobre sus vidas, leyendo almas en las vitrinas y extrayendo de sus ojos los vacíos. ¿Quién tiene cabeza para detenerse cuando todos se mueven? ¿Quién me hizo acreedor de estos sentires ilícitos? ¿Quién me dio las manos que solo escriben estos versos sin adjetivo?

Aquí me quedo en la estática del momento, rodeado de vientres llenos de no nacidos, llorando en sus adentros por negarse a tener oídos, sienten de maravilla su burbuja de individualismo. Se abortan a sí mismos en las tribunas, cuando niegan las raíces de sus líbidos, se acostumbran a los infiernos.

Me empujan a quienes soy estorbo, se ensucian con saliva los creyentes prohibiéndome detener sus prédicas por mi falta de pasos, intentan encerrarme con marionetas y así poder exorcizar mis cantos. Me muevo porque me mueven o ¿será que mi cuerpo me ha traicionado? Me dirijo a donde ellos se pierden, o ¿será que ya me han abandonado?. Se estanca el aire en sus bocados, saciando su gula de artefactos. Me muevo no porque me muevan, ni porque se hayan resignado mis pasos. Me muevo con mi mente, con bolígrafos voy remando, me muevo aun cuando duermo, me muevo en mis naufragios.

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Imagen: «Evening. Melancholy I». Edvard Munch, 1896.

Otoños Sin Noviembre

Caminó sobre las hojas secas, quebrantando sus estructuras como se quebraba su alma en mil siluetas. Tras sus cercas admiraba ese lugar siempre de lejos, sin pensar que llegaría a ser el antagonista de su silencio; pero su dolor era más fuerte que la furia de los vientos, su llanto no cesaba aún cuando de lágrimas escaseara su cuerpo. Ahí estaba de rodillas, destrozado. Las estatuas le miraban con la arrogancia del ocaso, el último que vería respirar su aliento.

El frío se sentía ya hasta en sus huesos, pero la voluntad le impedía separarse del suelo. Allí yacía envidiando a los muertos y culpando a la vida por no haberlo eximido de más lamentos. Su nombre repetía en los ecos de aquella soledad y sentía en el corazón de los árboles su desgarro intenso. La muerte había llegado sin anuncio ni invitación, desalojando a las almas de sus cuerpos, sin derecho a la redención.

“Porque no mueren los que se marchan, morimos quienes quedamos vivos” repensó. Se siembra en nosotros la maleza y se distorsiona la luz. Quedamos tumbados ante la representación de quienes otros fueron, en lápidas de piedra y láminas de bronce, recolectando las más macabras sensaciones, la amargura, el rencor. Las palabras no dichas, las canciones no escritas, el poema sin intención. Todo quedo plasmado en la agonía en la ciencia exacta de su desolación. Las pinturas inconclusas y los finales a medias, los inicios sin discurso, las manías sin ocasión. Tan solo quedaba la apatía de estar vivo y la falta de miedo al amor; tantas veces escuchó su nombre, pero tan pocas lo mencionó.

Lavas

Entonces la rabia me empezó a consumir, como quien se consume ante su más vil terror. La lluvia no cesa y su goteo me recuerda los retumbos de quienes me abruman, quisiera poder ser invisible no solo a sus ojos, sino a sus leyes y creencias, esas que quieren hacer parte de mi tal cual prótesis de vida, reemplazo inútil de algo que  para ellos nunca estuvo vivo.

No soy lo que creo ni lo que digo, no soy siquiera la mitad de lo que pienso y en mis dudas traiciono a los que no debo. Se desquitan mis puños contra las murallas de su inocente afecto, de un cuidado innato por esencia. Y si tan solo fuera lo suficiente humano para pedir perdón, mi alma permanecería solo con las condenas necesarias.

Asisto con frecuencia al funeral de mis viejos calvarios, esos que se repiten cada viernes con lunas nuevas, tan solo para enterarme de nuevo que la rabia no ha muerto y sigue con sus burlas en los rincones. Ya no me afectan sus humillaciones, al menos no en la misma dirección; ya no me asusta la profecía que predica, supe cual sería mi final el día en que todo comenzó.

No basta con derrumbar las ilusiones, ni sus estúpidas comparaciones. Sé desde donde me miras y hacia donde te apunto, descubriendo lo lejano de nuestros caminos. Doy la vuelta por torpe hasta tres veces, tropezando incluso más de lo debido, soy distraído por naturaleza y por naturaleza me he perdido. Ya no soy y ya no vuelvo, galopan solo los que no han dormido; yo por mi parte estoy hundido en las siestas y en estos sueños tan tontos, que ni son míos.

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Imagen: Skrik (Grito) por Edvard Munch, 1893.

Lepufologías

«Vuestra aprehensión convierte en verdaderas las ilusiones, que al deseo incitan, y el ánimo seducen placenteras.» Dante, La Divina Comedia.

Seguí su rumbo y encontré mi sombra,
No todo se pierde donde se cree olvidado.

Brinqué despacio para no ahuyentarme,
A veces me asusto más que el conejo blanco.

Corrí hacia atrás sin tropezarme,
Descubriendo mitos en las madrigueras.

Viajé a otros mundos sin levantarme,
Bastó el empujón para caer en sus cuentas.

Soplé hacia dentro y tragué respuestas,
Y mi premio fueron sus grandes orejas.

Escribí estas líneas de dos en dos,
Para no perder el rastro de incoherencias.

Enloquecí para cenar con Dios,
Y vaciar las penas de mis ojeras.

Escapé del mundo hacia uno peor,
Donde mis fantasías se volvieron eternas.

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