Me han revoloteado los pensamientos en los últimos tiempos, me han convocado a golpes para que evitara excusar mis ausencias y hoy heme aquí, sigo caminando. Me han tomado por sorpresa a los lugares a los que he llegado, quizás por esa obsesiva tendencia de menospreciar lo propio, sin necesidad de autoalavarse por el mínimo logro. Me sorprende sí, me criticó, actúo, pienso y al final del día, sigo caminando.
No quiero exagerar, sobredimensionando por ignorancia o por necesidad de mérito ajeno, solo quiero tomar los pasos como premios, pero no de esos que se asientan en los trofeos, en los cuadros de pared o en reconocimientos. Que los premios deben ser los retos, que nos lleven a escalar montañas que no hubiésemos alcanzado por impulso propio, que condicionen el intelecto y que pongan a prueba el sentido común. Gracias a esos premios, sigo caminando.
Me he declarado amante de las palabras, ellas han hecho de mi lo que han querido, me han obligado a ver lo que siento por dentro, pero que ocultaba en mi inconsciencia consentida. Por eso hoy escribo, me hundo en ellas, me hundo en todo, me escucho a mi mismo y reconozco lo que me oigo. Me enlazo en los mundos y escucho a los bandos, a pesar de tanto ruido, sigo caminando.
No sé lo que escribo, no sé para que lo hago. No sé si lo que vivo últimamente son logros, no sé si me estoy estancando. No sé si es muy tarde mi tiempo, no sé si me estoy aventurando. No sé si este sea mi lugar, no sé donde está mi hogar, no sé si mi filosofía me está matando. Lo único que sé con parcial certeza, es que sigo caminando.