Que curioso me resulta el ver un grupo de personas manifestándose por la “familia tradicional”, entendiéndose esta como la simple unión de dos miembros de diferente sexo para procrear. Pues, que concepción más pobre tienen por familia empezando por ahí, lo que me lleva a aunar una hipótesis más a mi gran lista de cosas por las que creo que la humanidad está jodida. A fin de cuentas el propósito único de la marcha es el de reclamar derechos que al parecer solo les pertenece a unos cuantos –ya que se los asignó alguno de los tantos seres divinos– aún cuando cometan cualquier otro tipo de peripecias, pues no hay pecado mayor que desarmar la pareja perfecta de Adán y Eva.
Me declaro en contra del matrimonio, aclaro, no del matrimonio gay, sino de la concepción completa del término como institución social, pues para mi es la más burda representación de pertenencia, materialización de sentires y farsas simbióticas. Eso sí, cuando veo un grupo de personas imperando para ser los dueños absolutos de una acción, de un derecho o de la institucionalización de un relación o como lo quieran llamar, me siento a reflexionar si mi repudio será en realidad al matrimonio en sí mismo, o si será más bien sobre quienes lo ejecutan dentro de ese paradigma de seguir un solo patrón social.
Porque claro, abominables sean quienes se dignen a quebrantar el ciclo perfecto que algún simplista –haciendo burla sobre el ciclo biológico natural de cualquier organismo, dibujó como el desarrollo humano: crecer (adorando algo que me sirva a agradecer por crecer y a culpar por mis pendejadas), conseguir recursos para la sobrevivencia (entiéndase casa, carro y un perro para encajar –los gatos son del diablo), reproducirse (si se adelanta a esta fase prepárese para un apocalipsis familiar, social y financiero), heredar el patrón (en conjunto con el equipo de fútbol favorito, porque sino eso sí es una herejía) y por último, morir esperanzados en que mis acciones me concedan el viaje a un cielo tan capitalista que los caminos de oro se usan como sinónimos de eterna felicidad.
Aún no logro comprender cual será el nirvana que produce la acción del matrimonio, ni si durará lo mismo que preludian las telenovelas, pero ¿por qué prohibirle a otro ser humano es mismo estatus solo porque no lo alcanza igual a como yo lo digo? Me parece simplemente un argumento aún más execrable que el que tales ‘familias’ predican. Si toda su doctrina está basada en el ‘amor’, ¿por qué interponer restricciones?. Claro porque es “más de dios” que un infante sufra las inclemencias del abandono, a que sea adoptado por quienes cometen un pecado con más puntos demoníacos de los que cometo yo. Es más santo acusar, discriminar y odiar a quien decida amar a alguien con su mismo órgano reproductor.
Si usted lee esto y se siente ofendido, le aclaro que en ningún momento estoy arremetiendo en su contra. No tengo problema en respetar sus acciones, incluso a pesar de ello puedo sentir algún aprecio hacia usted, pero si usted siente que no puede hacer lo mismo, siéntase ofendido, no por mi, sino por usted mismo. Quizás sea mi inmerecida heterosexualidad la que le ofenda, pero más ha ofendido usted al sentido mismo de lo que es ser humano, ser persona, ser sociedad.
No tengo que ser gay para defender una libertad, no tengo que ser ateo para señalar lo que creo que está mal, no tengo que ser beatificado después de la muerte o resucitar tres veces para entender por sentido común, la diferencia entre lo que me hace bien y lo que me hace mal. No necesito firmar un papel para pactar aprecio, ni de patrones absurdos para ser acreedor de la verdad. Solo necesito pensar por mi mismo, relacionarme, querer, interactuar, para darme cuenta de allá afuera no existe solo mi mundo, y que en la catarsis de todos sus traslapes, se podría construir una verdadera humanidad.
Rodrigo Corrales M.